Por Adolfo Ceballos Vélez / Especial para EL HERALDO
Una de las mujeres disidentes —que se negó a ser una pasiva ama de casa victoriana del Siglo XIX— fue Adeline Virginia Stephen (conocida por su nombre de casada: Virginia Woolf), nacida un 25 de enero de 1882.
A lo largo de su vida, Woolf se distinguió por dos cualidades: la primera, por su prosa íntima, de frases contundentes y agudeza narrativa; la segunda, por su desequilibrio mental, que la llevó a tener episodios depresivos y bipolares, hasta su suicidio en marzo de 1941 (escena recreada en la versión cinematográfica de 2002 The Hours, en la cual una Virginia Woolf abrumada por la tristeza, y con los bolsillos llenos de piedras, se sumerge para siempre en las aguas crepitantes del río Ouse).
A nivel literario, la carrera de Virginia Woolf despegó con obras emblemáticas como Noche y Día (1919), La Señora Dalloway (1925), Al Faro (1927), Las Olas (1931) y Entre Actos (1937). Así mismo, escribió numerosos relatos cortos (tradición que perdura en la literatura anglosajona); diarios, biografías —incluida la suya propia— y varios ensayos literarios como su célebre Una habitación propia (1929), en la que se recopilan conferencias y charlas dictadas por ella en años anteriores. De él surge su famosa frase: «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas».
Según los académicos, la obra de Virginia Woolf se caracteriza por experimentar con el tiempo narrativo y su percepción individual con relación al tiempo histórico y colectivo. No obstante, el disfrute y el fatalismo, la acción y la melancolía, fueron temas constantes en sus novelas. Por ejemplo, en La señora Dalloway, vuelca sus frustraciones en frases como: «Uno no puede traer hijos a un mundo como este; uno no se puede plantear perpetuar el sufrimiento, ni aumentar la raza de estos lujuriosos animales que no poseen emociones duraderas, sino sólo caprichos y banalidades que ahora te llevan hacia un lado y mañana hacia otro». Y en su melancólica Al Faro, se encuentran frases demoledoras como: «Y de nuevo volvió a sentirse sola ante la presencia de su eterna antagonista: la vida».
Pero su obra más irreverente fue sin duda Orlando (1928), en la cual Virginia Woolf hace un desdoblamiento de su protagonista en una ambivalencia de hombre–mujer, que le permite analizar la ambigüedad social respecto a ambos sexos: «Si comparamos el retrato de Orlando hombre con el de Orlando mujer, veremos que aunque los dos son indudablemente una y la misma persona, hay ciertos cambios. El hombre tiene libre la mano para empuñar la espada, la mujer debe usarla para retener las sedas sobre sus hombros. El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal vez». Se cree que esta novela fue un obsequio para la escritora Vita Sackville-West, también casada, con quien sostuvo primero un romance y luego una larga amistad que perduró hasta el día de su muerte.
Virginia Woolf siempre expresó su inconformidad frente a una sociedad dominada por los hombres. Por ello es una figura poderosa, que desafió los convencionalismos de su época, y es considerada uno de los símbolos del movimiento feminista actual.