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De lejos, los toros y los peces y las aves marinas creadas por Alejandro Obregón (1920-1992) en Tierra, mar y aire desprenden una suerte de fuerza tropical inagotable desde el enorme mural proyectado sobre el edificio Mezrahi, en la carrera 53 con calle 76, Norte Centro Histórico de Barranquilla. De cerca, las grietas y las pequeñas piedras vitrificadas despegadas comienzan a hacerse visibles y le restan vitalidad a una obra cuyo valor patrimonial artístico y cultural resulta incalculable.

El colorido mural realizado por el pintor colombo-español en 1958, hace más de sesenta años, es uno de los dos mosaicos que Obregón dejó a cieloabierto en la ciudad para el contacto directo con el público (el otro es el fresco Simbologías de Barranquilla, pintado en 1956 para el Banco Popular). Es, también, su obra más grande: son 9 x 6 metros de pequeñas laminitas de piedra de cerámica esmaltada, muchas de ellas desgastadas.

Poco a poco, la desprotección que da la intemperie– pero que también da la falta de intervenciones para la conservación de la obra–, ha dado lugar a una Tierra, mar y aire con algunos espacios huecos en el cielo, el sol, las alas de las aves, la cola de los peces y la vegetación, que se ha quedado sin varias teselas. 

Ese deterioro se encuentra documentado en dos estudios. Uno elaborado en 2015 y otro más reciente realizado en 2019 por la Fundación Grupo Conservar de Cartagena, en el marco del programa El Momento del Monumento, adelantado por la Secretaria Distrital de Cultura, Patrimonio y Turismo.

'Este mural ha sufrido toda la vibración de la calle, de la Barranquilla de los 50 y la del 2000. Es un tránsito escandaloso que afecta porque va rompiendo las paredes de los ladrillos por dentro del edificio, haciendo así que se desprendan las teselas', explicó Álvaro Cogollo, magíster en Conservación de Monumentos Arqueológicos y Etnográficos.

De ahí que el llamado sea a la conservación del mosaico, realizado con una técnica similar a la de famosos murales del arte bizantino. 

Para lograr la Tierra, mar y aire, Obregón encargó –algunos sostienen que a una fábrica en Medellín, otros que a una en Italia– un gran número de laminitas de piedra de cerámica esmaltada que juntó y pegó de acuerdo con el color y la forma para recrear un universo pictórico cargado de la feraz naturaleza del trópico. 

'Es ese Caribe que Obregón descubrió y recorrió fascinado como cazador de animales salvajes, de 'mis bestias', como él lo diría después, pero también como artista impresionado que registraba visualmente lo que posteriormente plasmaría en formas pictóricas sobre soportes que cobran gran significación artística', destacó el artista, curador y crítico de arte Néstor Martínez Celis.

Se trata de un tríptico que ocupa las tres plantas del edificio y que empieza en la tierra, donde aparecen dos toros con un tronco compartido; pasa por el agua, donde revolotean tiburones, mojarras, peces y aves acuáticas; y asciende al aire, donde merodean las aves, una lectura propuesta de abajo hacia arriba, tal como lo sugiere el título.