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En vez de globos y confetis hubo mil pequeñas tortugas de río en el cumpleaños de Luis Alberto Viga García, el ‘papá’ de esta especie endémica, una de las más amenazadas del mundo y que debería ser la reina en las cuencas del Sinú y del Magdalena.

Este veterano campesino, nacido y criado en la vereda Caño Viejo, perteneciente al corregimiento San Nicolás de Bari, Lorica, celebró sus 72 abriles con la liberación de los mil neonatos que recientemente fueron incubados en una de las habitaciones de la vivienda familiar, que desde 2006 funciona como laboratorio artesanal para la conservación de la especie.

‘Sus hijas’ no le cantaron con palmas como en cualquier festejo, pero en un diálogo que solo él tiene con ellas, entendió la felicidad de los pequeños animales por encontrar hábitat en la cuenca del río Sinú, prácticamente en el patio de Luis Alberto, donde funcionan las playas artificiales de arena que han servido como columna del proyecto de preservación, uno de los más reconocidos a escala del país y del universo.

'Lo primero que he querido hacer en este cumpleaños es dar gracias a Dios y a mi familia por el apoyo. Para mí ha sido un triunfo de la vida cuando una persona de mi edad aún está conservando la naturaleza, sobre todo esta especie que está en vía de amenaza', sostuvo el experimentado conservacionista durante su cumpleaños este viernes.

Una historia

Hasta hace 22 años Luis Alberto Viga fue cazador y depredador de la especie que hoy incuba en su casa y conserva, pero hacía parte de la cultura campesina y de las prácticas innatas para la supervivencia.

Lo principal en aquellos tiempos era recoger los huevos de las tortugas desde la playa del río para ponerlos a cocinar en agua con sal. Luego los dejaba a la intemperie para que se secaran bien con el sol y consumirlos acompañando el desayuno.

Sobre la tortuga explica que era llevada a la mesa guisada, con el típico sumo de coco costeño, y con las verduras que a bien tuvieran a la mano, preferiblemente el ají criollo.

'Desde muy niño consumí el huevo y la carne de la tortuga, hasta que determiné el mal que le estaba haciendo al ecosistema y que los animales necesitaban protección. Lo que yo hacía era un desastre porque me comía a la mamá tortuga y a los hijos que iban a nacer en los huevos. Es allí cuando hago el pare en el camino', relata Luis Alberto al paso lento de su bastón, mientras enseña el laboratorio de tortugas que funciona en su vivienda familiar a la orilla del Sinú.

El huevo con el toque de sal y el guiso de tortuga fueron remplazados en la mesa de los Viga por otra clase de alimentos, al tiempo que Luis Alberto y sus hijos se encargaron de convencer a otros cazadores de la importancia de dejar en libertad a la tortuga de río.

'Primero me convencí yo mismo, aunque me trataban de loco y después hice el trabajo comunitario de convencer a los demás, pero lo conseguí. En esta zona hoy día nadie consume la tortuga de río', explica Luis Alberto.

Manuel Morelos Polo es uno de los pobladores de Caño Viejo, que cambió de actitud frente a la caza indiscriminada de tortuga de rio y reconoce que aunque le costó seguir los consejos de don Luis Alberto, al final se convenció del daño que le hacía al ecosistema cuando era un asiduo depredador.

'Para atrapar las tortugas nos tapábamos el rostro con retoños, en procura de camuflarnos en la naturaleza y dentro del río, cuando estábamos cerca de ellas nos les lanzábamos, las matábamos y las consumíamos, como también los huevos, pero hoy somos defensores de la especie para bien del planeta', precisó Morelos, quien este viernes también asistió al cumpleaños que Luis Alfonso celebró con mil neonatos de tortuga de río.

El ‘padre’ de la tortuga de río se levanta, a eso de las 4:30 a. m., prepara el tinto para toda su familia y enseguida camina hasta el sitio donde están sus ‘hijas’, a quienes les habla como si fuera el mejor ingrediente en este proceso. Reconoce que cada una de las 13 liberaciones que han hecho y que suman las más de 17 mil unidades le genera nostalgia.

El comienzo

La iniciativa llega en 2006 a esta familia de Caño Viejo, Lorica, gracias a la tesis de grado que planeo en esa zona la bióloga Natalia Gallego, para ese entonces estudiante de la Universidad Nacional. A partir de allí, la familia –compuesta por Luis Alberto, su esposa, Merlides Ruiz, y sus hijos Armando, Luis Carlos, José Alberto, Marledis y Julieth– ha contado con el apoyo de Conservación Internacional, de la fundación Omacha y de la Corporación Autónoma de Córdoba, CVS.

En 2014 el proyecto que ha liderado Luis Alberto Viga ocupó el tercer lugar en el Premio a la Protección del Medio Ambiente, de Caracol Televisión, como una de las mejores iniciativas de conservación de especies de fauna silvestre. Los dos primeros también fueron de Córdoba: el de la conservación del cocodrilo, en San Antero y el de la conservación de manatíes, en Lorica.