Las cartas que los niños le escriben a Dios tienen una particularidad: ambos, el emisor y el receptor, saben que todo es posible. Quizá por eso la fluidez que las caracteriza, la espontaneidad, la ausencia de filtros, la seguridad con la que se construyen los mensajes y, la certeza absoluta de que todos y cada uno de ellos serán leídos y contestados.

A mediados de los 90 pasó por mis manos un texto que llevaba ese título “Cartas que los niños le escriben a Dios” en él, las fascinantes preguntas y planteamientos que solo la mente limpia y el corazón honesto y puro de los pequeños, pueden formular; muchos de ellos, capaces de poner en aprietos a cualquier adulto y, no sé si a Dios.

Hace un par de días, mi hija Sarah de 8 años, en una de las conversaciones que solemos tener antes de ir a dormir, me manifestó dos inquietudes que me recordaron ese libro y, a su vez, me llevaron directamente a Ucrania:

¿A qué le tienes miedo papá? Fue la primera.

Esa noche, los dos, nos dormimos a deshora. Respondí lo que mi corazón dictó, espero que en el suyo haya quedado también la sonrisa que se dibujó en su rostro al final del relato. Me mantuve en silencio unos minutos más contemplando su sueño y dejando reposar la resonancia de sus inquietudes en mi ser, sentado en la silla blanca al lado de la lamparita de luz tenue que es la última en apagarse, no pude evitar que vinieran a mí, las diferentes imágenes que le han dado la vuelta al planeta por estos días, varias, definitivamente construyéndose como símbolo de re interpretación del miedo, entre ellas, la de Volodymir Zelensky, el rostro de la resistencia, el hombre que ha enseñado al mundo a levantar la mirada, el que le ha enaltecido esos 5 centímetros que jamás pierden los valientes: los que hacen que la cabeza siga erguida y nunca caiga tendida sobre el pecho.

El mensaje es claro: en la dignidad está la templanza, la honra es un estandarte indestructible, en el silencio se construye la temperancia y la continencia ahuyenta el temor.

Cuando caminamos interiormente con firmeza, derribamos todos nuestros miedos y es ahí donde se desvanecen los fantasmas, es allí donde derribamos los muros que parecían más altos que nuestras propias fuerzas.

Mientras me mecía suavemente en la silla, sentía que la bofetada que el pueblo Ucraniano le ha dado al mundo bélico, es más poderosa que cualquier arsenal nuclear.

Los coches para bebés que han dejado las madres polacas en las estaciones de los trenes para que las mamás ucranianas desplazadas puedan usarlos para sus hijos, son ante mis ojos vehículos que aplastan los tanques de guerra rusos. Los carteles en las estaciones del metro en Alemania con el número de personas que almas generosas pueden recibir en sus hogares, que más que hogares son bunkers de amor, son el mejor de los epitafios para las tumbas de los asesinos que comandan la ofensiva, y el mensaje viralizado de Zelensky, citando la calle Bankova, donde se encuentra ubicado, no escondido, es avasallante. Me puse de pie y antes de reitérame pensé: cualquier respuesta con respecto al miedo, se tiene que haber modificado después de ser testigos de semejante lección de vida.

La segunda pregunta fue: ¿papi, por qué se matan las personas? Se durmió antes de la respuesta, entonces, decidí sugerirla para una próxima edición del libro de “Las cartas que los niños le escriben a Dios”.