Todos buscamos un estado de equilibrio en nuestras relaciones y deseamos crear relaciones cordiales a lo largo de la vida. Para lograr este tipo de intercambio necesitamos renunciar a nuestros deseos de arreglar el mundo afuera y requerimos ocuparnos de los cambios en nosotros mismos. Este es un camino en el que se necesita tener la voluntad de mirar adentro de nosotros, de ocuparnos de atender nuestras necesidades y dejar que las personas de nuestros círculos cercanos e incluso los lejanos, sean libres de expresarse tal y como son y no movidos por nuestras expectativas y condiciones.

El lado protector y cálido de nuestra madre interna es el que ofrece un amor incondicional tanto para sí misma como para los demás. Este aspecto luminoso de la madre surge en el proceso de crecimiento de la infancia y adolescencia a la adultez. Implica la comprensión de la imperfecta “humanidad” de nuestra madre, de que hizo lo mejor que pudo con lo que tenía y sabía, con sus propias circunstancias, condiciones y experiencias.

En la evolución de nuestra consciencia, en el tránsito hacia el crecer y asumir la vida como adultos responsables se nos invita a “in-corporar” (dentro del cuerpo) la regla de oro “ama a tu prójimo como a ti mismo” para abrazar la energía del amor que fluye, para darse a acaudales, sin resistencias a proteger la vida y ocupar el lugar que nos corresponde desde una energía creadora que da paso a lo nuevo. ¿Qué mayor acto de amor que la rendición a la fuerza de la vida que posee a una madre que es consciente de su propio potencial creador? ¿Qué mayor fuerza de amor que “dar-se” en vida a otros?

La madre sana, sabe ser madre de sí misma y solo así queda facultada para extender amor. Se requiere amarse a si misma primero que todo, ya que, de no ser así, caeríamos en la práctica poco recomendable de considerarnos mártires y de otorgar cariño con espíritu salvador y de manera compulsiva. Para la Madre Interna, el amor y el cuidado hacia uno mismo tienen una prioridad elevada, está en disposición de dar con un sentido de plenitud y totalidad, no se entrega movida por el deseo de obtener del otro su afecto, su reconocimiento, por sentirse “bien calificada” en su rol, por apego o posesión ni por muchas otras razones que buscan satisfacer las propias necesidades, demandas, carencias sino por el simple acto de ver al otro en todo su potencial.

El principal objetivo de una madre saludable es el vínculo del amor basado en el cariño a uno mismo, a los demás, a la vida en todas sus formas de expresión y/o a la más profunda Unión Espiritual.

Trabajar en nuestro interior (seamos hombres o mujeres, todos llevamos una madre interna) nos convierte en un visionario edificante, en un modelo a imitar; y el servicio que se le presta al mundo está compensado por el goce diario de tu vida personal.

En resumen, veamos algunas características que nos permiten reconocer la energía de la “madre sana”:

Cuida de sí, se valora y respeta.

Establece conexión, se vincula afectivamente.

Establece límites al dar y al tomar.

Permite el crecimiento de los demás.

Se hace responsable de sí misma.

Protege en lugar de sobreproteger.

Establece relaciones de interdependencia.

Se comunica empáticamente.