No escribir sobre lo terrible? Sería esconder la cabeza como el avestruz; el tenor de las noticias es tal que más parecen naipes marcados en manos del peor tahúr. Pero interesa más el fondo, por eso la pregunta: ¿Colombia merece esto? O, ¿qué hicimos o dejamos de hacer para estar en medio de esta tormenta que parece no mojar a nadie?, ni al ciudadano de a pie, cuando en realidad le impacta como si un rayo le cayera encima. Hay que repetirlo e insistir en el foco provocador del “todo” que hoy nos quema hasta el alma: narcotráfico y corrupción, en ese orden.

¿Exagerado? El naipe más reciente: la JEP y su decisión sobre alias Jesús Santrich y todas las renuncias que sobrevinieron del fiscal para abajo. Por eso es mejor ver “el todo” y que adentro caiga lo pasado y lo por venir, pues este país de nuestro señor se volvió experto en “pasar la página o el naipe bajo la mesa” y en acomodar los hechos en una realidad o pseudoverdad a pura conveniencia. Eso se llama trampa. Por eso en Colombia nadie es malo. Nadie, excepto algunos desgraciados, cuyo infortunio fue más por no tener acceso a los hilos del poder de la justicia que por la falta cometida. El asunto es que no se tienen los cojones suficientes para que la justicia reine y se imponga. Es algo que no gusta, que fastidia e incomoda. ¿Saben por qué ? Porque es un país lleno de hambrientos sociales que comparten una deuda tan común a todos que, una vez saldada, empatan. Los hambrientos sociales no son los paupérrimos, porque nuestros pobres son tan pobres que no tienen ni cómo, ni con qué, inventar su probreza; pero los hambrientos sociales, que son otra cosa, están dispuestos a todo, a cualquier costo, con tal de ocupar una posición que su condición económica ordinaria no les permite.

Entonces se van por la ruta más efectiva para resolver su arribismo caníbal: la corrupción. ¿Saben por qué? Porque ser rico a punta de trabajo honesto no es una tarea fácil y no todos están dispuestos a acometerla, porque todos quieren ser ricos. Entonces la corrupción es el atajo ágil e “inteligente” y la panacea infinita es el narcotráfico cuya magnitud sobrepasa cualquier dimensión creíble.

Para intentar “ver” las 230 mil hectáreas de cultivos de coca, solo es posible hacerlo si se usa un satélite, tal es su magnitud. Es un monstruo que requiere demasiados recursos; esos millones de matas no crecen solas; hablar de esa cifra es fácil; entenderla, imposible. Si no fuera suficiente lo anterior, toda una tragedia, hay que sumarle al momento explosivo que vivimos el aprovechamiento y ventaja que están tomando ciertos movimientos políticos, especialmente de izquierda, bajo la promesa de una “reinvindicación de valores” ante el débil tránsito de nuestra defectuosa, pero de lejos preferible, democracia.

El país no puede permitir que la economía del narcotráfico logre dar el salto final y se consolide políticamente como tal parece comienza a hacerlo. Es hora de que nos curemos de espantos, que esta sociedad se ponga los pantalones y encuentre el camino. Costará y dolerá mucho, pero no hay otra opción.

@oswaldloewy
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