Hay personas que necesitan el silencio más que otras. No es un tema de malo o bueno, es un tema de necesidad síquica, física, emocional y espiritual. El gusto por el silencio es como tantos otros. Hay personas que tenemos el gusto por el momento cuando todo se acalla y el ruido solo viene desde esa mente que no para, pero que necesita no tener ruido afuera, para reconocerse.
Y entonces se hace necesario un alto en el camino. Un apartar lo que nos tiene en el constante “ruido que hacen las cosas al caer”, parafraseando título de una muy buena novela colombiana. Y es que todo se cae, porque la tierra es en sí un centro de gravedad. Y todo se acaba, porque el tiempo es tan solo un constructor para poder entender lo que nos rodea.
Mientras las cosas se caen, como en la novela, uno observa y trata de apartar el ruido para crear nuevas posibilidades de vivir. Observar lo que sucede en nuestro entorno, esta vez, parafraseando a Rubén Blades, es como observar una novela de Kafka en acción. Desde la ventana entiendo entonces cómo caerá el último teatro que quedaba en Barranquilla: el auditorio del colegio Marymount, pues en ese terreno se está construyendo un conjunto de edificios.
Se puede ver lo que sucede, como una escena teatral, cosa que bien entendía Calderón de la Barca. Y sabemos que hay que esperar el momento en que las cortinas se cierren para dar paso al nuevo espectáculo que otro día alguien pondrá en escena. Y viene el silencio. El silencio buscado.
Igual que los libros que se aparecen cuando uno está buscando algo. Luego de hablar del silencio como tema filosófico con una amiga, pasados dos días ella me manda una foto por whatsapp con la portada de un librito muy simpático de un noruego, Erling Kagge. Su título: El silencio en la era del ruido.
La vida es perfecta, tienen sus formas de inquietarnos y quietarnos, si la dejamos. Copio aquí un aparte de este libro: “El silencio es más bien una idea. Un sentimiento. Una representación mental. El silencio que nos rodea puede albergar mucho, pero para mí es más interesante el silencio que llevo dentro. Un silencio que, en cierto modo, creo yo mismo.”
Por todo lo anteriormente expuesto, esta columna pretende ser una especie de prólogo a un silencio absolutamente necesario, una experiencia que debo crear, una pausa que permita el espacio donde el ruido se pueda transformar en algo nuevo.
Barranquilla es una ciudad ruidosa. No hay escape a esta naturaleza de mi entorno. Solo quedan los viajes y el aislamiento autoimpuesto como paréntesis, como limbo generador.
Necesito poner el cassette en pausa. Me van a perdonar el uso metafórico de la tecnología magnética análoga, pasada de moda, en esta era digital. Pero pertenezco a una generación “vintage” que recuerda muchas formas de tecnología y que espera seguir viendo la aparición de muchas más. Especialmente si uno se toma las pausas necesarias y calla, por un tiempo.