Estos días hemos sentido una ola de calor cada vez más extrema. El presidente de Brasil señaló que la Amazonia está sufriendo una de las sequías más trágicas de su historia, y en el sur del continente, los tornados y los ciclones están dejando una huella de destrucción y muerte incalculables.

El calentamiento del planeta está creando patrones meteorológicos erráticos que desencadenan una serie de tragedias, y en la medida que continúen estas catástrofes climáticas obligarán a millones de personas a migrar sin ningún destino.

No se puede desconocer que la globalización, con su economía de mercado, ha logrado sacar a millones de personas de la pobreza y ha creado oportunidades sin precedentes, sumado a la fuerte inversión en ciencia, tecnología e innovación, que nos ha permitido vivir más años y más sanos. Pero no podemos ignorar los efectos de este crecimiento económico, que se ha conseguido a costa de la explotación sin precedente de los recursos naturales del planeta.

El ejemplo más notorio es la República de China, con un crecimiento económico sorprendente. 9 de cada 10 personas en el mundo que salieron de la pobreza en los últimos veinte años son chinos; pero en contrapartida le regaló al mundo un virus que mató aproximadamente a 15 millones de personas.

Los últimos cincuenta años han sido devastadores para el planeta. Los humanos hemos acabado con el 60% de los mamíferos, aves, peces y reptiles, y aproximadamente con el 80% de animales que viven en ríos y lagos. Hoy los pescadores de agua dulce ya no capturan bocachicos ni truchas. Sus anzuelos se enredan en las bolsas plásticas y otras basuras.

Es sabido que limitar el uso de combustibles fósiles es el centro de cualquier estrategia climática. Yendo al plano local, ya sentimos esta tragedia que nos está golpeando. Recuerdo cuando llegué a trabajar a Uninorte ningún salón estaba climatizado y nadie se quejaba del calor porque siempre llegaba una brisa del río y del mar. Hoy nadie se aguanta una clase sin aire acondicionado, y para rematar se destruyó un bosque seco tropical construyendo una verdadera muralla china de edificios, que harán más inhóspito el clima, especialmente del norte de la ciudad. Esto difícilmente habría sido permitido en otra ciudad, pero “estamos en Puerto Colombia, hermano”.

Para concluir, quiero comentarles mi dilema personal, que también puede ser el suyo. Al llegar a casa quiero prender el aire acondicionado o si no muero de calor, y si lo prendo, a fin de mes muero de impresión cuando me llega la cada día más costosa factura de Air-e. ¿Prendo el aire o no lo prendo? He ahí el dilema.