Nuestras ciudades tienen dos caras. Una con lujosos edificios llenos de luces y modernos restaurantes, con acceso a avanzadas tecnologías donde irrumpen, con la fuerza de un tsunami, las redes sociales con una conexión única en el mundo. La otra cara es la de las personas que miran, desde la distancia, aquellos avances a los que nunca han tenido acceso.

En esta sociedad desigual, más de la mitad del mundo come en formas que dañan su salud, unos por exceso y otros por defecto. La obesidad y la desnutrición afectan a 2300 millones de personas en el mundo, de los cuales 500 millones son obesos y más de 800 millones padecen de desnutrición. A estos hay que añadir más de mil millones que padecen la denominada hambre oculta por déficit de micronutrientes, que implica que muchos recién nacidos nazcan desnutridos y vulnerables a la incidencia de muchas enfermedades.

El nuevo Gobierno ha propuesto alternativas para enfrentar este problema: una propuesta de lucha contra el hambre, y dentro de la reforma tributaria se incluye gravar con impuestos las bebidas azucaradas y los alimentos ultraprocesados; tarea difícil porque algunos dueños de las bebidas azucaradas también son dueños de poderosos medios de comunicación.

Hace algún tiempo recibí un hermoso libro de la Universidad de Antioquia, denominado Semiología de los alimentos, y en el origen de los hábitos alimenticios de los pueblos aprendí que los chinos comen murciélagos y roedores, porque su tierra era muy árida y se comía lo que había; y los mediterráneos recargaban su comida de verduras porque las carnes eran escasas y costosas.

Hoy, gracias a la industria alimentaria existe una gran variedad de alimentos. Muchos de ellos se producen con insumos altamente dependientes del petróleo (fertilizantes, pesticidas y ultraprocesamiento de productos envasados en plástico). Y a pesar del hambre mundial, se desperdicia casi un tercio de los alimentos producidos.

Desgraciadamente esta industria, en los últimos años, se ha empeñado en fabricar alimentos ultraprocesados que tienen alto contenido de azúcares, sal y carbohidratos. Incluso se habla de fabricar alimentos con impresora 3-D, y se ha podido producir carnes en un laboratorio mediante estimulación de células madres de la vaca.

En estos días asistí a la sustentación de una tesis del doctorado en psicología de la Universidad del Norte, sobre estructura del conocimiento y elección saludable de alimentos, porque hoy hay claridad acerca de que si queremos una buena salud, debemos escoger los alimentos por sus valores de calorías y nutrientes, antes que por su delicioso sabor, lo que implica un cambio de políticas que empiezan por un buen etiquetado para que el consumidor sepa qué está comiendo.

Poniendo más impuestos a las bebidas azucaradas, no necesariamente reducirán el consumo. Recuerdo que en la Unión Soviética subía con frecuencia el precio del vodka y otras bebidas alcohólicas, pero su población bebía cada vez con más pasión.

Algunos señalan que los humanos necesitamos solo tres elementos esenciales que nos da el planeta: alimentos, agua y aire, que deberían ser gratuitos como parte necesaria para la subsistencia. Pero no nos hagamos ilusiones, está pronosticado que antes de 50 años pagaremos impuesto hasta por respirar.