Está pasando con este francotirador al que llaman COVID-19. En cortos 20 minutos te enteras que tres amigos o conocidos murieron en las últimas horas. O que dos queridos miembros de tu familia se fueron en un

lapso de seis días. La sorpresa acompañada del dolor de la irreparable pérdida está resumida en una simple premisa: ahora somos “los demás”. El mismo apelativo que les dábamos a otros, señalados como víctimas de horizontes y continentes lejanos, tan lejanos como somos nosotros para ellos en este cada vez más doloroso mes de julio.

Este es un virus de la posmodernidad. El coronavirus se instaló en nuestras vidas para arrebatársela a muchos con una nueva forma de expresión de pandemia. Coincide con las definiciones de esa corriente filosófica porque “carece de ideología y de compromiso social”. La contundencia de esta plaga de los últimos tiempos es más que una amenaza. Es la prueba más fuerte que gobernante alguno haya enfrentado. Y casi todos han perdido la apuesta con decisiones desacertadas, una detrás de otra.

Un doctorado, o el poder contundente del dinero y la burocracia en las urnas, no otorgan pergaminos ni sabiduría para resolver una situación sin antecedentes. No está registrada en los libretos de asesores y consultores. Ni en manuales, ni en estudios.

Casi nadie atina y mucho menos lo hacen quienes no están preparados para la gestión pública, o quienes ceden a los gremios o con soberbia deciden primero su popularidad y después el bien común. Pero tampoco la crítica resuelve en estos momentos una coyuntura fatal, aunque el desacierto cunde por todos lados comenzando por la cúspide de la pirámide. Un slogan presidencial de combate contra el virus fue -¿o es?- “contagiémonos de solidaridad”, frase inapropiada y contradictoria.

Ahora se anuncia una apertura de algunos sectores de la economía, lo cual puede ser plausible para darle un oxígeno al golpeado bolsillo de pequeños y desesperados comerciantes. Al tiempo me pregunto escéptico: ¿la mayoría de los empresarios que piden abrir la economía con inusitado entusiasmo irán a sus despachos?

No. Allá estarán cumpliendo el inflexible horario solo sus segundos o terceros al mando. Los que se desplazan en transporte público desde barriadas y municipios hasta flamantes ofi cinas, pasando las trincheras de todos los riesgos posibles. En los mismos sitios en donde el denominado “aislamiento inteligente” es una frase escueta.

Ya lo sabemos, el COVID-19 es un verdugo invisible.

Coletilla de despedida: agradezco a esta casa editorial la generosidad de sus páginas para expresar con absoluta libertad mi opinión durante los últimos diez años. Me despido al tomar nuevos rumbos laborales desde donde espero aportar a la sociedad y a la región Caribe.

Gracias a los lectores que me animaron, me informaron o me aclararon con sus puntos de vista y con miradas de otros ángulos, siempre enriquecedores en este feedback que retroalimenta y enseña con la gente de la calle, con el lector común, el de carne y hueso.

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