El 13 de enero de 1930 apareció la primera tira cómica de Mickey Mouse, después de una vuelta larga entre Walt Disney, creador del personaje en 1928, y la compañía King Feature Syndicated, la cual obtuvo los derechos. Al parecer, el personaje se llamaba inicialmente Mortimer, pero Lilian, esposa de Walt, se lo cambió a Mickey; hay varias leyendas sobre el origen de lo relacionado con el archifamoso ratón, reconocido a nivel mundial como un elemento cultural al que identificamos.
Lo conocí en blanco y negro en el televisor de mi casa a comienzos de los 60, tendría yo unos 12 años cuando conocí la fascinación de esa caja negra que nos hace adictos a ella por muchas razones. Desde la irrupción en mis pupilas y en mis emociones de la época, de las imágenes con movimiento de “El ratón Miguelito”, todavía me siento frente al aparato a disfrutarlo como en aquellos tiempos y, también, al resto de tiras cómicas que le sucedieron a esos niveles planetarios. Las he visto casi todas, conozco a la mayoría de los personajes, aunque debo reconocer que la avalancha es enorme y que me cuesta trabajo seguirles el paso en la actualidad. Pero, soy psiquiatra de niños y adolescentes y estoy obligado a conocerlas porque los niños y niñas me comentan de esos comics, o exoactúan comportamientos de ellos que debo interpretar de acuerdo con las características del personaje de la caricatura.
Ejemplo, atendí a un chico aterrorizado después de haber visto un capítulo de South Park, una de las series de televisión más políticas de los Estados Unidos, en la que hay derramamiento de sangre, xenofobia, críticas duras al gobierno, lenguaje procaz. El problema está en que los personajes son caricaturas de niños que van a la escuela y comentan de todo esto.
El personaje de El increíble mundo de Gumball, un gato, es una serie animada aparentemente para niños, pero su estructura e intencionalidad son adultas. Es realizada por talentos jóvenes que crean personajes muy distantes de la realidad –monstruosos, para ser exactos–, con una extraordinaria capacidad para discursear sobre la vida y la muerte.
A mí me enseñaron en la maestría que los niños tienen consciencia de la irreversibilidad de la muerte a partir de los 8 años de edad; hoy, eso está reevaluado, los escucho desde mucho antes hacer análisis y preguntas muy complejas acerca del significado de ambas. Y el conocimiento de tan profundos tópicos de la vida lo obtienen de los medios a su alcance, que nosotros los padres les compramos.
En estos días de confinamiento voluntario bacano, responsable, esperando el cuento de la vacuna, he tenido un poco de tiempo para aplastarme en el sofá frente al televisor a prestar mucha atención a estas nuevas caricaturas, que no son inocentes como antaño. Estoy esperando unos días libres para entender lo de las caricaturas japonesas Animé, hay bastante dolor en ellas.
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