Cada tanto se aviva la necesaria discusión sobre la despenalización del aborto, siempre con la inexorable -y lamentable- mirada de la moral religiosa que, aunque refleja seguramente la opinión de las mayorías, intenta sacar el asunto de lo que es realmente importante: el aborto inseguro es un problema de salud pública y es, además, un problema de clase social. Es decir tiene afectaciones especiales sobre los sectores más pobres y esas afectaciones no son cosa menor, pues se traducen en la muerte de las mujeres.

Antes de que el aborto se despenalizara parcialmente en Colombia, las mujeres también abortábamos. Unas, las que tenían dinero, pagaban procedimientos en condiciones dignas, con médicos particulares de su confianza e incluso podían viajar a una ciudad en la que el aborto fuera legal. Las “relaciones”, el poder y una buena suma de dinero podía permitirles el priviligio de acceder a abortos seguros. Otras, las mujeres pobres, que son la mayoría, acudían a lugares con precarias condiciones sanitarias, sin médicos, expuestas a personas inescrupulosas sin preparación, un mercado de ilegalidad peligrosísimo sin ninguna vigilancia ni control.

Cuando mi madre hizo su año rural en el Chocó me llevó con ella, yo apenas era una niña. Una mañana le llegó una paciente a punto de morir, descompensada, no hubo maniobra médica que evitara su muerte. Mi madre me contó que la mujer nunca dijo media palabra sobre lo que le había ocurrido, guardó silencio en esos pocos minutos en que intentaban desesperadamente salvarla. Luego, después de muerta, lo supieron. Una varilla de un paraguas la había perforado en un intento de practicarse un aborto. Algunos considerarán que ese fue su castigo, pero otra vez, como tantas cosas, dios parece castigar a los más pobres. Solo a los más pobres.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre los años 2010 y 2014, el 97% de los abortos peligrosos se practicaron en los llamados países en desarrollo de África, Asia y América Latina. Cuando los procedimientos se realizaron de acuerdo con las directrices de la OMS, el riesgo de complicaciones o muertes resultó insignificante. Si los abortos se hacen de manera segura no se pone en peligro la vida de las mujeres. El informe de esta organización dice que el 14% de los que se practicaron fueron considerados “nada seguros”, realizados por personas no calificadas que usaron métodos peligrosos: introducción de objetos y algunos brebajes. Este tipo de abortos producen la muerte de las mujeres con complicaciones como hemorragias, lesiones e infecciones. Como aquella mujer a la que mi madre no pudo salvarle la vida.

La OMS dice que las leyes restrictivas del aborto están asociadas a tasas elevadas de procedimientos peligrosos y ha concluido que restringir el acceso no reduce el número. La prohibición solo mata a las mujeres más vulnerables. La legalización, por el contrario, sumada a la educación sexual y al acceso a métodos anticonceptivos, disminuye significativamente el número de abortos. Si queremos proteger la vida, entonces “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

@ayolaclaudia