Cuando se habla del populismo se suele incidir en quienes se definen a sí mismos como populistas o, sin hacerlo, son calificados de semejante modo por los demás. Pensemos en Trump, en los promotores del Brexit, en Bolsonaro, en Le Pen, o en Salvini. Los rivales políticos y no pocos medios de comunicación atizan el epíteto populista contra el rival unos y contra el que se considera como tal los otros. Sin embargo, el foco que ilumina al populista rara vez permite que la luz incida en aquellos que se benefician de los populistas, quienes azuzan el miedo hacia ellos para así polarizar el espectro político y obtener réditos políticos. Esos serían los que aquí me permito llamar los otros populistas, pues no lo son, pero al centrar el debate y la atención pública en los que sí lo son, los hacen crecer como de otro modo posiblemente no podrían.

El proceso sería el siguiente: un político no populista, de centro, derecha o izquierda, pero hasta entonces moderado y respetuoso con las instituciones representativas, percibe que, si quiere mantener el poder o lograrlo en caso de aun no tenerlo, puede resultarle de gran utilidad convertir en el núcleo de su discurso la advertencia sobre el riesgo de otro político o partido al que, sin ser su rival directo, ni teniendo grandes opciones de llegar al poder, acusa de ser populista, extremista y enemigo de la democracia. Con esta acusación se erige en paladín de la democracia y hace que todos los otros políticos y partidos sólo tengan dos opciones: o alinearse con él en la denuncia del tercero populista, en cuyo caso estarán perdidos pues habrán perdido toda iniciativa y se habrán convertido en meras comparsas del discurso dominante manejado por aquel, o no denunciar con él al supuesto populista, con lo que serán acusados ellos mismos de populistas o, cuando menos, de amigos de los populistas. El que denuncia al populista se convierte en el centro del discurso, asume la bandera de la democracia y relega a los demás a seguirle obedientes o a ser condenados por el público.

Todo son ventajas en una buena acusación de populismo para aquel que la realiza. Todo menos el resultado colateral de hacer crecer al acusado de populismo, quien, al ser situado como Némesis del acusador, se beneficia tanto de la publicidad gratuita como del apoyo de gran parte de aquellos que no comulgan con el acusador. Con lo que, atención, pues muchas veces los que dicen ser enemigos del populismo en realidad lo que hacen es ayudarlo a crecer y, ya sea por cálculo o por falta del mismo, pueden provocar que la polarización que inicialmente les beneficie a ellos acabe por llevar al poder al populista. Con todo el perjuicio que eso ha de suponer para la democracia. Esos son pues los otros populistas. Aquellos que sin serlo, ayudan por egoísmo, miopía y politiquería a los que sí lo son. Y, a efectos prácticos, tan malo es el monstruo como el que le abre la puerta de la casa.

@alfnardiz