Hasta fechas recientes mi madre necesitó cuidados. Su enfermedad le impedía valerse por sí misma y le obligaba a depender de personas que realizaran por ella las actividades más básicas como comer, vestirse o lavarse. Derivado de la ausencia de familiares directos y a causa de mi trabajo lejos de ella, no quedó más remedio que contratar a tres personas que se turnaban para cuidarla, limpiar la casa y hacer todo aquello que ella ya no podía hacer. Dos mujeres y un hombre. Venezolana, ecuatoriana y colombiano. Los tres jóvenes. Los tres emigrantes de sus países e inmigrantes en el mío. Cada uno con su historia más o menos dramática en su lugar de origen y con su vida más o menos complicada en su actual hogar de adopción.

España tiene más de cinco millones de inmigrantes. Si mañana desaparecieran, no habría quien cuidara de nuestros ancianos, quien construyera nuestros edificios, o quien recogiera nuestras frutas y verduras de los campos. Sumen a eso la hostelería, la limpieza doméstica y tantas profesiones que no acostumbran a ser ni las más valoradas, ni las mejor pagadas, pero que, sin las cuales, el país simplemente se paralizaría. Los inmigrantes son una fuerza laboral no ya beneficiosa para el país receptor sino, en algunos casos como el español, imprescindible para la supervivencia de un Estado cada vez más envejecido y en el que, una terriblemente equivocada comprensión de los derechos propios y de qué significa el Estado del Bienestar ha llevado a muchos locales (particularmente de mi generación) a creer que determinados trabajos no son dignos de ellos y que es obligación del Estado (Dios sabe con qué fondos si ellos no trabajan, ni pagan impuestos) darles porque sí subsidios y derechos sociales sin fin.

Las tres personas que cuidaron a mi madre lo hicieron en todo momento con profesionalidad y, lo que es más importante, con cariño. Gracias a ellos su tránsito de más de dos años fue, dentro de la dureza y falta de piedad de la enfermedad, un poco más aceptable y humano. Que no le quepa duda a nadie, especialmente a los nuevos xenófobos que para nuestra vergüenza recorren Europa, que la inmigración no es una opción para este rico pero viejo continente. Es una necesidad. Ordenada, regulada y tratando de fomentar que, preferiblemente, venga de donde habitan aquellos que más se nos parecen para que su integración sea más sencilla, pero sin perder nunca de vista que no somos nosotros quienes les hacemos un favor a ellos por darles un trabajo que aquí nadie quiere, sino que son ellos los que nos ayudan a nosotros ofreciéndonos la juventud, el emprendimiento y las ganas de crecer que aquí tanto faltan. Emigrantes que muchas veces son invisibles, pues realizan trabajos que nadie ve o no quiere ver, pero a los que hemos de agradecer que decidan venir con nosotros y compartir sus vidas con las nuestras. Belkis, Rocío y Fernando, os doy las gracias.

@alfnardiz