La mejor telenovela de la historia. Punto. No acepto opiniones. Una serie que arrasó en todos los países donde se vió, que ha conocido multitud de versiones internacionales y que de nuevo vuelve a emitirse con colosal éxito en Colombia, pero también en España donde, yo, pecador, reconozco que la sigo con gran deleite y satisfacción. Nada de novelas turcas, ni mexicanas, donde esté Betty que se quite todo lo demás. Lo que le faltaba a este español, pensarán muchos, ahora aprovecha su columna para contarnos las novelas que le gustan. Nada de eso. Mi intención es hacer un análisis político-social de la serie. ¿Es eso posible? Señora, la duda ofende, por supuesto que lo es.

La Peliteñida, por ejemplo. ¿Existirá ejemplo más perfecto de personaje donde confluyen todos y cada uno de los prejuicios machistas, y hasta misóginos, que durante tanto tiempo aceptamos indulgentes y que ahora nos resultan -espero- inaceptables? La mujer objeto, valorada sólo por su belleza, tonta, superficial, histérica, que se aprovecha de su cuerpo para lograr sus objetivos, interesada sólo en el dinero y el lujo. Un cliché hecho personaje. A finales del siglo XX representar así a una mujer era gracioso y tolerado. ¿Lo sigue siendo hoy?

Armando Mendoza. Jefe tirano que grita a sus subordinados y que asume que debe obedecérsele pues es de familia rica y privilegiada. Si lo unimos a su prometida, Marcela, son el prototipo de las élites exclusivas y excluyentes, que consideran al resto de la gente poco más que como siervos. ¿Es posible representar de un modo más perfecto las terribles desigualdades e injusticias colombianas? La propia Betty. Inteligente y, por tanto, fea. Porque en las sociedades machistas una mujer con cerebro, como criatura antinatural que es, ha de ser necesariamente horrible. Buena persona y, por ello, de familia humilde. Porque los buenos son pobres. Llena de esperanzas y, cómo no, maltratada por una sociedad despiadada. Porque nada sino tristeza puede esperar quien alberga sueños. Triunfadora sólo cuando se vuelve guapa. El diseñador gay, el mensajero pobretón, las secretarias chismosas... No hay personaje o situación que no transmita un mensaje mucho más profundo de lo que aparenta.

Lo extraordinario de Betty es que, ignorando voluntariamente la guerra, el narcotráfico y la violencia, es una denuncia salvaje de los vicios y corruptelas de la sociedad que la vió nacer y, de ahí su éxito internacional, en el fondo de cualquier sociedad. Betty nos despelleja en nuestras mentiras e hipocresías. Betty nos muestra como los seres superficiales y materialistas que, aunque nos duela, sabemos que somos. Esa es la razón de su triunfo como cuento postmoderno. Nadie puede verla sin sonreir. Pero esa sonrisa nunca es del todo relajada, siempre lleva consigo, si no el conocimiento, sí la sospecha de que detrás de la burla reside la verdad. Esa verdad dolorosa que jamás reconoceremos, pero a la que no queda sino resignarse.

@alfnardiz