Santa Fe llegó a la final de este primer torneo no solo por Rodallega, pero sin él no hubiera alcanzado este logro. El equipo de Bogotá es un grupo de futbolistas esforzados, sin ninguna pretensión de alardear de una estética especial, sino teniendo el pragmatismo, la organización defensiva y el vigor físico como los pilares que sostienen el funcionamiento táctico. Lucha, corre, se repliega, presiona, tiene determinación y carácter para disputar el balón. No le sobra el talento, tampoco las coordinaciones ofensivas diseñadas con pases de calidad, pero sí lo suficientemente correctos. Y, sobre todo, cuenta con Rodallega. No solo es su goleador, es su líder. Su ejemplo arrastra a los demás. Antes de citarse con el gol, corre tanto como el resto; defiende en las pelotas quietas en contra; marca en la salida del defensor contrario; se incorpora en el proceso creativo y no solo espera cómodamente que todos trabajen para él; es la estrella, pero actúa como uno más. Y, además, ha convertido 15 goles, con la derecha, con la izquierda, de cabeza, de oportunista a un toque, desde fuera del área.

Medellín, en cambio, no tiene un Rodallega, pero tiene una mejor técnica colectiva. Se lleva mejor con el balón, es ambicioso, suma muchos jugadores a la hora de invadir la zona defensiva del rival. Les concede mayor libertad a sus jugadores para participar en distintos lugares del campo. En Bogotá, como lo fue también en los dos partidos previos a su clasificación a la final, fue menos fluido y menos constante en su fase ofensiva, defendió más atrás y no renegó de su idea, pero fue más conservador. Así y todo, en el partido de ida, tuvo cuatro clarísimas oportunidades de gol, pero le apareció su mal endémico: la impericia a la hora de definir. Su propuesta funcional sobresalió en el monotemático ideario táctico de la liga colombiana. Este domingo, en su casa, vamos a ver si también lo consigue en el anuario de los campeones.