En la vida de pareja, hay actitudes que construyen y otras que destruyen. Dos de las más poderosas y opuestas, son la soberbia y la humildad. La primera endurece el corazón y la segunda lo abre al amor. A lo largo del tiempo, estas posturas no solo afectan la calidad del vínculo, sino que pueden marcar la diferencia entre una relación deteriorada o una relación fortalecida.
La soberbia es más que un “ego inflado”. En el matrimonio, suele manifestarse como la necesidad constante de tener la razón. La incapacidad para pedir perdón. El menosprecio hacia las ideas, emociones o sugerencias del cónyuge. El orgullo que impide reconocer los propios errores. La actitud de superioridad moral, intelectual o emocional.
Aunque en la cultura actual a veces se confunde la soberbia con “fuerza de carácter”, en realidad es una barrera que impide el crecimiento en pareja. La soberbia hace que se acumulen resentimientos y que el amor se transforme en una lucha de poder.
La humildad no es debilidad, sumisión ciega ni pérdida de identidad. Al contrario, es una muestra de fortaleza interior. Una persona humilde en el matrimonio escucha con el corazón abierto. Es capaz de reconocer cuando ha fallado. Valora las virtudes y esfuerzos del otro. Está dispuesta a ceder por amor, no por miedo. Practica el perdón sin llevar cuentas del mal.
La humildad crea un ambiente seguro donde ambos pueden crecer, equivocarse, aprender y volver a intentarlo. Es el terreno fértil donde florecen la empatía, el respeto y la complicidad.
Paradójicamente, es en la intimidad donde más se revela nuestro orgullo. Con la persona que más cerca está, es fácil caer en la trampa de competir, defender el ego o manipular. Esto sucede porque el matrimonio toca fibras profundas: nuestra necesidad de ser valorados, temores no resueltos, heridas del pasado. Por eso, cultivar la humildad requiere una decisión consciente y diaria. Implica trabajar en uno mismo antes de intentar cambiar al otro.
Ejercicios prácticos para crecer en humildad conyugal
-Pedir perdón honestamente.
-Escuchar sin interrumpir: practicar el silencio respetuoso mientras el otro expresa su sentir.
Agradecer lo cotidiano: valorar los gestos simples del día a día.
Aceptar correcciones sin ponerse a la defensiva: preguntarse: “¿Y si tiene razón? ¿Qué puedo aprender de esto?”
Servir con alegría: desde preparar un café hasta asumir una tarea difícil sin esperar reconocimiento.
El matrimonio no es una batalla para ver quién gana, sino un pacto para caminar juntos, aun cuando cueste. Y para eso, la humildad es esencial.
Mientras la soberbia levanta muros, la humildad construye puentes. Mientras la soberbia hiere, la humildad sana. Mientras la soberbia aleja, la humildad acerca.
Al final, no se trata de quién tiene la razón, sino de si estamos dispuestos a elegir el amor, aun por encima del orgullo.