La polarización es la regla esencial de la política. En ese sentido, pugnacidad, querella, crispación, choque, cisma son parte fundamental de la construcción del poder y del origen de los regímenes políticos. Esta situación no es novedosa. Desde la antigüedad las luchas por el poder y la construcción de polos opuestos son esenciales para justificar nuevas ideas.

Siempre he creído, que esta polarización debe ser dividida en dos. La primera es aquella que busca fracturar la sociedad sin ideas de cambio o con utopías que terminan engañando a los ciudadanos. Incluso esta polarización logra ganar elecciones y luego romper la democracia y las instituciones que permitieron acceder al poder. La segunda, es lo que he llamado una polarización transformadora, que ayuda a germinar cambios y crea a partir de las rupturas, diversos senderos. Esta no compromete a la democracia.

El fin del antiguo régimen en el siglo XIX y el surgimiento de múltiples democracias defectuosas fueron escenarios donde la polarización brilló. Su existencia permitió incluso el surgimiento de los derechos y la transformación de la sociedad. Un ejemplo de esto es que el filósofo Hegel definió al Estado como " el reino de la libertad realizada” dando a entender que la lucha entre opuestos debía conducir a mejorar las condiciones de libertad de los pueblos.

Con el tiempo, la polarización, a pesar de su existencia en democracia, permitió llegar a algunos acuerdos y con ello se garantizaba el gobierno. Esta ha sido, más o menos la regla en los últimos doscientos años. Regímenes parlamentarios, semiparlamentarios, presidencialistas han utilizado la regla de la polarización tanto en la oposición al gobierno como en las elecciones para convencer al pueblo sobre las mejores alternativas para gobernar.

En Colombia esta palabra no ha sido ajena al debate democrático. Se le ha sumado, el populismo y la posverdad en los últimos años como lo explica el analista Moisés Naim en varios de sus libros. La postverdad, que siempre ha existido, se ha agudizado con el uso abusivo de las redes sociales que ha cambiado el panorama de las democracias. Recordemos fenómenos como el Brexit en el Reino Unido, el ilegal referéndum en Cataluña o los estallidos sociales en Francia, Chile o Colombia donde las redes sirvieron para amplificar el odio y el repudio a las instituciones. Pero centrémonos en la polarización colombiana.

Muchos sectores políticos y periodísticos hablan mal de la polarización, incluso han llegado a sugerir que esa actitud debe desaparecer del espacio político colombiano. Empiezan a surgir candidatos presidenciales que no quieren tomar partido. Creen que es posible quedar bien con unos y con otros y consideran que la tibieza los va a hacer elegir. Están convencidos que la ruptura social e institucional en Colombia se va a resolver con una visión que oculte la polarización y acepte a todos.

En el 2026, la polarización será parte del paisaje político. Es allí donde necesariamente surgirán nuevas ideas, donde se rechazará esta crisis moral e institucional en el país. Siempre se advirtió lo que implicaría el gobierno de Petro. Nunca hubo sorpresas.

La inmensa mayoría de los colombianos sabe que es necesario oponerse a lo que ha venido representando Petro: el desorden, la falta de institucionalidad, el desagrado por la rama legislativa y judicial y la falta de sindéresis en el manejo del Estado. Contra eso no puede caber ni pactos, ni diálogos.

El camino para el 2026 es que las instituciones vuelvan a brillar, que se rechace a quienes hicieron parte del gobierno Petro y se piense de nuevo en la recuperación de la seguridad, salud, educación, servicios públicos, infraestructura y tantos otros temas que agobian a la gente. Ese camino será lo único que permitirá que vuelva la inversión, que florezca el trabajo y que tengamos futuro. El 2026 en Colombia será el año de la polarización transformadora.

* Ex fiscal general de la Nación

* Profesor del Adam Smith Center for Economic Freedom, Florida International University (FIU)

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