¿Qué más tiene que pasar para que la ley en Colombia castigue con vehemencia delitos imperdonables como la violación y el asesinato a menores de edad? La de Sofía Delgado, la niña de doce años que fue reportada como desaparecida el pasado 29 de septiembre y hallada sin vida este 17 de octubre, es una historia que no puede volver a repetirse. Un crimen que no tiene razón de ser, más allá de la locura o la perversión de un hombre que, gozando de una libertad desmerecida, acabó no solo con la vida de la menor, sino también con la de sus familiares, que hoy lloran con profundo dolor por la escabrosa forma como Sofía partió de este mundo. Pregunto otra vez: ¿qué más tiene que pasar?
Las autoridades colombianas conocen bien cuál es el panorama de los delitos sexuales contra menores de edad en el país. Pero en materia de justicia no se hace lo suficiente para condenar de forma contundente lo que supone un daño irreparable tanto en el cuerpo como en la psique de los y las inocentes que tienen que vivir lo indecible sin alcanzar a entender por qué, en adelante, tendrán que cargar con el frío rótulo de víctimas. Los reportes de Estadística Delictiva de la Policía Nacional develan que, entre enero y agosto de 2023, se registraron más de ocho mil delitos sexuales contra menores de edad. De estos, un poco más de cuatro mil seiscientos fueron contra niños y niñas; el resto, contra adolescentes.
En el mismo período de ese año, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses registró cerca de trece mil exámenes médicos legales por «presunto delito sexual en la primera infancia, infancia y adolescencia». Pero las cifras no sirven de nada, si la ley no se enfrenta a los enemigos de la niñez con la misma dureza con que estos cometen crímenes cuyo nivel de atrocidad trasciende las franjas de lo concebible. Luego de que la pequeña Sofía fuera retenida, abusada y cruelmente desmembrada, Brayan Campo Pillimue, su confeso victimario, no merece otra cosa más que vivir encerrado en una prisión hasta el día de su muerte. Si no, nada de lo que se diga ni se haga al respecto servirá para garantizar la dignidad ni la vida de nadie.
Lo menos que hoy podemos pedir es justicia para Sofía. Ese hombre sin corazón que la despojó de todo lo que ella era tiene una bizarra obsesión con su nombre. La niña de la que había abusado en 2018, la que violó y asesinó espantosamente hace unas semanas, y su propia hija, de seis años, se llaman Sofía. Es, cuanto más, paradójico que él, un monstruo sin cabeza, esté tan alejado del amor por la sophía que cimentaron los antiguos griegos… La filosofía que tanta falta le hace a la humanidad, que hoy perece ante su falta de consciencia.