Entre sembrar y cosechar hay un regar y esperar. Así reza un viejo adagio que nos invita a trabajar (regar) con capacidad y voluntad por nuestros proyectos y, al tiempo, tener una necesaria paciencia (esperar) para ver los resultados. Pero el mundillo del fútbol es cada vez más apático a esta sabia sugerencia popular.
De muchos de los males que lo atacan están la violencia (despreciable hecho que degrada su belleza y espíritu formador, y lamentable evidencia de la incapacidad de los dirigentes por derrotarla) y la impaciencia (propiedad de la mayoría de directivos, de muchos comunicadores y de gran parte de los hinchas).
El nuevo técnico de Junior, César Farías, ha expresado que decidió realizar un trabajo con sus jugadores, en medio de la competencia que, según sus conocimientos y experiencia, puede resultar contraproducente en los primeros partidos, pero era necesario para luego, en las instancias finales, estos se encuentren con sus habilidades afinadas, dinámicas y con un gran tono físico atlético.
Bienintencionada decisión, apoyada en estudios fisiológicos y conceptos de la planificación deportiva, pero acechada por el resultado y la tabla de posiciones. En cuanto al primero tiene 3 derrotas en igual número de partidos, y la segunda lo muestra fuera del octogonal con 12 puntos. He aquí el momento de ver si el directivo tiene la suficiente paciencia para creer que la designación del nuevo entrenador no fue solo porque “al ver el humor de los hinchas ya era insostenible Reyes”, sino porque lo considera un profesional del mejor nivel, un líder con sabiduría y talante para direccionar el futuro del equipo.
Por ahora está conociendo a los jugadores en plena competencia (en los 2 primeros partidos a los que solían ser titulares y ante Nacional vio a los más nuevos). Estoy seguro de que Farías sabe de la macabra lógica que rige su profesión: resultados. Sabe que debe tener un ojo en el hacia dónde (proceso- futuro), pero el otro en el hoy (ganar el siguiente partido).