La democracia no es mejor cuando uno gana y peor cuando uno pierde. La democracia es. La obligación de los que creemos fielmente en la democracia es respetar sus resultados, máxime cuando los mismos no son los que uno esperaba. Y en democracia, la mayoría del pueblo colombiano eligió el domingo pasado una manera de gobernar que nos regirá por los 4 años que vengan después del 7 de agosto. Esa es la portada del libro. Es lo que es, y es lo que hay.
Dicho esto, las versiones de la historia que sobre estos días soporten el paso del tiempo y el peso del establecimiento se referirán a que una clase política tradicional y desprestigiada terminó unida en un extraño coctel de amargo sabor, sonrisas fingidas e idearios revolcados; y que el coctel sirvió para ayudar a pasar por la garganta de muchos la pildorita miedosa del ‘castrochavismo’, terrorífico basilisco que se colaría por debajo de las puertas de las casas a quitarnos hasta el papel higiénico.
Y si nos fijamos en la primera fila de la tarima ganadora, a los que hace no tanto se enfrentaban a batiente mandíbula los veíamos ayer de brazos tomados y puños en alto. Nada que no hayamos visto antes o que nos sorprenda. De hecho, la sorpresa sería que no pasara. Ellos se saben unir para protegerse cuando se amenaza su statu quo. Lo han hecho desde el Frente Nacional. Desde antes, más bien.
Por el otro lado, y también fiel a su historia, el ego hizo que las abejas respetadas de la colmena se terminaran hundiendo los aguijones antes que permitirse el vuelo. Nada más caníbal que los autoproclamados “sectores alternativos”, incapaces en su mayoría de ver más allá del espejo brillante en que se refleja su complaciente vanidad. Sin embargo, con todo y sus tiros en el pie, esos sectores sumaron un importante y significativo número de votos que legitiman, por lo menos de entrada, lo que se espera sea una oposición seria, reflexiva y propositiva al seudo unanimismo que el lado ganador y sus muy contentos parlantes mediáticos quieren vender.
Ojalá me equivoque, pero vienen tiempos difíciles y de retroceso en materia de inclusión e igualdad, separación de creencias religiosas y Estado, participación política y vocerías. La esperanza se centra en la resistencia de esos 8 millones de votantes y los eventuales liderazgos que en su interior aparezcan o crezcan, ojalá también con el brillo y el auto bombo controlado. Ya habrá tiempo para ver ballenas grandes, majestuosas, lentas y tranquilas viviendo felices en su propio mundo. Así, como viven ciertos egos.
Es lo que hay. Falta ver si es lo que sigue habiendo…
PD: Los nubarrones que amenazan a la televisión pública no se han disuelto. El pupitrazo está preparado. Los medios públicos bien manejados y entendidos son garantes del respeto a la multiculturalidad reconocida por la Constitución. Sin desconocer las coyunturas actuales, es menester llegar a consensos que la fortalezcan. Lo que es de todos lo debemos defender todos.
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@alfredosabbagh