Cuando naciste, la vida me sorprendió.

En la agenda de la existencia no había un desafío como el que me planteabas. Con el tiempo sabría que, tampoco, una oportunidad.

Pero tú tenías tus propias provocaciones. Y mientras me afanaba por soluciones médicas a tu discapacidad, ibas mostrándome que más bien debía buscar remedios a las mías.

Hoy las tengo claras: tú ves más que todos, porque lo haces con un corazón que también tiene ojos.

La ciencia diría a tu favor que la vista está alojada realmente en el cerebro y no en ese órgano complejo que lo único que hace es llevarle un estímulo.

La gente a tu alrededor testimoniaría que con los olores, texturas, sabores y sonidos comprendes íntegramente al mundo que el resto conoce con limitación.

Por eso ya no sorprende nada de ti.

Ni antes como uno de los mejores alumnos de tu colegio, o Secretario de Cultura infantil, o defensor irreductible de la cultura picotera, o pregonero inmarcesible de la afrodescendencia; ni hoy como flamante rey del Carnaval de los Niños.

En la noche de tu coronación, en efecto, te vimos impecable y majestuoso, haciéndonos vibrar de emociones con tu voz y la magia musical de tus actos. A tu lado, siempre a tu lado, Shadia, ese ángel vestido de reina que con dulzura guiaba tus pasos para que estuvieras a tono con su baile esplendoroso.

En el auditorio, conmovido hasta las lágrimas, los asistentes indagaban a quién habías salido (los tocaste en la distancia con la misma donosura que ofrendan tus manos).

Como en otras ocasiones, tuve que decirles la verdad: a nadie, porque estás hecho de una madera que la naturaleza da una sola vez y se curte con el contacto de otros leños.

De eso se trata: Sammy quillero, como te llaman, es un ser en movimiento que va nutriéndose de todo lo que le interesa y descartando lo que no hace falta. Ahí está la jerga del barranquillero más auténtico, la irreverencia musical de los habitantes del sur y el desparpajo del caribeño universal. Todo, al tiempo, en una perfecta sinfonía de templanzas que asombra y alecciona. Todo, en un envase pequeño que nos da certezas sobre lo que será tu mañana.

Los asistentes a aquella noche preguntaban, incrédulos, si era verdad que no veías. Ahí supe que también me pasa: eres tan soberano en cada paso que das, que nos haces olvidar tu condición.

Hoy recuerdo el día en que un médico nos informó que tenías un desprendimiento de retina irremediable. Estabas en mis brazos, diciendo alguna de tus ocurrencias audaces, mientras entonábamos canciones que inventaba para activar tu alegría natural, aunque en verdad quería enjugar mi alma desconsolada. La vida tenía que seguir. Y me prometí que, pasara lo que pasara, siempre estarías cantando.

Ignoraba, entonces, que tal cual era la misión que Dios te había encomendado: hacer feliz al mundo, y a mí en medio de él. Pasara lo que pasara. Ahora que lo entiendo, fue esa felicidad lo que hizo llorar a la gente aquella noche.

@AlbertoMtinezM