El resultado de las elecciones regionales de Venezuela era algo previsible. Solo la oposición y los encuestadores creyeron que el régimen de Nicolás Maduro perdería las elecciones de gobernadores el domingo pasado que, sin duda ninguna, le da un nuevo aire interno al mandatario, aunque lo aleja cada vez más de la comunidad internacional.

Con 18 gobernadores afectos al oficialismo, Maduro vuelve a salirse con las suyas en medio de las denuncias de fraude –la oposición desconoce el resultado—con golpes políticos como haberle quitado a Henrique Capriles, uno de sus más duros críticos, la gobernación de Miranda. Aunque le queda como trofeo a la MUD haber ganado Zulia y Táchira, algo que debe traducirse en un hecho positivo para los venezolanos que cruzan la frontera en busca de alivio a la crisis humanitaria.

La satisfacción por los resultados lo envalentonó hasta para salir a plantarle cara a Donald Trump. Pero desde afuera nadie entiende cómo se puede ganar tan ampliamente cuando la mayoría de venezolanos padecen la escasez de productos básicos. El fraude no da para tanto. La respuesta habría que buscarla en las barriadas pobres donde funciona la bien aceitada maquinaria oficialista que ofrece la popular caja de comida subsidiada o que da viviendas gratis. También podría pensarse en la incidencia del abstencionismo, del orden del 40%, que algunos ven como el mayor enemigo de la oposición que en esta ocasión fue clave para decidir la suerte de varios estados.

No podía haber mejor momento para convocar estas elecciones que inicialmente estaban programadas para diciembre. Luego de ver en juego el poder tras el embate de las violentas marchas de julio, Maduro y su gobierno lograron retomar el control interno, quitarse de encima la Asamblea Nacional opositora e imponer una constituyente de bolsillo que, en asocio con los tribunales de justicia y electoral y los militares afectos, le están dando a Venezuela el rumbo que ellos creen dicta la revolución bolivariana.

La virtud no es solo de Maduro. La culpa es de la oposición, carente de liderazgos y fracturada, que pisó la cáscara y con su participación en elecciones legitimó el fraude. Como lo dijo Luis Almagro, secretario de la OEA, “es muy claro que cualquier fuerza política que acepta a ir a una elección sin garantías se transforma en instrumento esencial del eventual fraude”. Validar las elecciones puede tener un alto costo para las elecciones generales. “La oposición queda acorralada por una fuerza que controla el poder, las armas y está dispuesto a lo que sea”, según Luis Vicente León, de Datanálisis.

Si para Maduro, Diosdado Cabello y demás hombres fuertes del sistema el viento sopla a su favor, para la oposición el único camino que parece claro es dejar de lado los egos, consolidar un proyecto alternativo sólido y volver a la protesta mientras tanto, y no depender tanto de lo que pueda hacer la comunidad internacional que hasta ahora ha fracasado en el intento de búsqueda de consensos. Y no olvidar la frase del cura revolucionario Camilo Torres: el que escruta elige.

*ramses.vargas@uac.edu.co
MPA, MSc*