Lo mismo en España, que en Venezuela o en Kurdistán, el diálogo podría ser el comienzo de una solución, entre otras, por esta razón: al sentarse en la mesa de negociaciones desaparecerían las posiciones absolutas.

Los que dialogan parten del principio de que nadie es dueño de la verdad y de que, para encontrar la verdad, se pueden unir tirios y troyanos. Lo están sintiendo así los españoles, sean catalanes o no: una policía que tomó la ley como un absoluto, protagonizó el escándalo de la jornada del 1 de octubre: pretendieron imponer la ley a golpes y a la letra. Coincidieron en el rechazo de la torpeza policial obispos y población. Y a los 400 sacerdotes que apoyaron el referendo, igual que a los que votaron por el No les recordaron: a la Iglesia le corresponde ser fermento de justicia, fraternidad y comunión.

Los resultados del domingo 1 de octubre demostraron que el de la fuerza no es el camino; del enfrentamiento solo resultaron violaciones de los derechos humanos y de la dignidad de las personas. Quedó claro que la violencia no conducirá a la unidad de España, ni a los catalanes los llevará a su independencia.

Algo parecido está ocurriendo en Kurdistán. En el plebiscito del 25 de septiembre el 90% de los votantes dijo sí a la independencia; pero el enfrentamiento entre Bagdad y Erbil se mantiene. Los obispos de las iglesias cristianas ante el conflicto se han mantenido neutrales, y han hecho bien. Antes habían dicho que el problema solo se resolvería cuando unos y otros se sienten a la mesa de las conversaciones.

Es el mismo consejo en que piensan los que le buscan solución al creciente problema humanitario de Venezuela: el día en que las partes sean capaces de un diálogo sincero, comenzarán a recuperar la paz. Los intentos de diálogo hechos hasta ahora han sido un fracaso.

Cuando los periodistas que lo acompañaban en su viaje de regreso de Colombia, le preguntaron al papa Francisco sobre Venezuela, escucharon una sorprendente respuesta pesimista: “parece que la cosa es muy difícil. La Santa Sede envió un grupo de trabajo con cuatro expresidentes, envió un nuncio de primer nivel, ha hablado con personas, ha hablado públicamente y lo más doloroso es el problema humanitario que debemos ayudar a resolver de cualquier modo”. Las puertas parecen cerradas después de que las posibilidades de diálogo las cerró una falta de sinceridad.

El diálogo es una solución efectiva porque elimina la pretensión de convertirlo en una batalla verbal que gana el más hábil. Puestos en un plano de igualdad y en el ambiente sosegado de los razonamientos, cambian la visión y las actitudes.

Si el uso de la fuerza fue un recurso que siempre degradó a los humanos, esta apelación a la inteligencia, que se da en el diálogo, nos dignifica como especie. Y lo que es más gratamente sorprendente: permite que las crisis provocadas por los disensos, se conviertan en una oportunidad de progreso.

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