En el béisbol de antaño (a la voz de ‘antaño’, se le encoge el alma o digamos mejor el corazón a más de cuatro en Barranquilla, que creen que el béisbol “nació el otro día” y por consiguiente lo que se diga o se escriba sobre sus personajes de la época, está fuera de uso) había alguien de quien queremos hablar hoy. No lo conocimos personalmente, aunque habríamos podido lograrlo si hubiéramos comenzado a viajar en los años 30.
Se trata del pelotero de color Joshua Gibson, quien jugó en varios periodos del Caribe, pero especialmente en República Dominicana, que es de donde emanan sus anécdotas y sus exageraciones. Gibson, como es natural, jugó mucho en su propio país, Estados Unidos, pero eran los triunfos de la barrera racial que no permitía que en las Grandes Ligas y en general en las Ligas Menores, pudiera jugar un pelotero de raza negra.
Gibson jugó varias temporadas en quisquella, atraído por unos sueldos que eran generosos frente a otros similares en el área latinoamericana, porque fueron temporadas financiadas por el propio mandatario dominicano, Leonidas Trujillo.
Era un hombre de unas 240 libras de peso, con una fuerza física brutal que causó asombro a la afición dominicana. Antes que se nos olvide tenía un apetito voraz; varias veces llegó a comerse un chivo entero. Obviamente, sin las patas ni la cabeza, pero todo el reto lo consumía asado y sin pestañar. Llegó una tarde a batear un roletazo por el short stop con tal violencia que la pelota le arrancó el guante al torpedero que quiso fildearla y lo mandó al ‘out’, en un hecho que dejó asombrado a miles de personas que asistían al juego.
Su fuerza con el bate dio varias demostraciones excepcionales de gran mandarria, un día conectó uno de sus jonrones y la pelota –según nos contara el fallecido ‘Sonlley’ Alvarado- se metió en un marco abandonado que estaba en la playa y donde nadie había logrado eso. Era una distancia superior a 600 pies de largo y no estuvo registrada porque en el béisbol no se daban casos como ese.
Joshua Gibson se fue de República Dominicana cuando el dictador Leonidas Trujillo hizo dejación de dirigir el béisbol entregándolo a dirigentes particulares. El final de Gibson fue la locura, poniéndole fin a un pelotero que dio tantas muestras de potencia física.
Decía ‘Sonlley’ que un día cualquiera amaneció (o el día fue el que le amaneció a él) un rapto de locura y la emprendió a trompadas contra un tranvía que casi lo vuelca por su acostumbrado poderío físico. El final de este drama fue la detención de Joshua Gibson por media docena de policías. Y finalmente fue remitido a un manicomio en los Estados Unidos donde murió corto tiempo después.