“Noble rincón de mis abuelos”: ya me queda poco que evocar cuando recorro tus callejuelas. En tu rostro triste y desvencijado se perdieron hasta los recuerdos “del ahumado candil y las pajuelas”.
Ya pasaron todos tus tiempos, noble “ciudad amurallada”, porque la ética y la dignidad públicas, como las carabelas del insigne poeta, también “se fueron para siempre de tu rada”.
“Fuiste heroica en los años coloniales”, y lo seguiste siendo en épocas de menos imperios, pues los que te han gobernado con intereses mezquinos, oportunistas y marrulleros, siguen siendo “una caterva de vencejos”.
El pobre alcalde está preso, y la contralora también; falta el personero que ya no demora en caer.
Allí todo fue comprado porque todo tiene un precio: los contratos, los puestos públicos y hasta la conciencia. ¿Para dónde se fue la decencia, “noble rincón de mis abuelos”?
Los políticos redujeron la política a un asunto económico, y los empresarios, siempre oportunistas, gritaron al unísono: el último es marica.
Unos y otros se unieron diligentes, alrededor de grandes proyectos, y se olvidaron del pueblo en el gobierno donde primero era la gente.
Por ahí citaron unos libritos, para armar muy bien su treta; y el único Nobel que en verdad leían era el de los billetes de cincuenta.
Del gobierno encargado, que llegó con mucha lisonja, salió ya el primer enredado, aquí, definitivamente, que entre el diablo y escoja.
Es que si no aparece en Reficar, algo tiene que ver con Odebrechet; o lo salpicó la operación Blas de Lezo, o tiene que ver con los tres.
En Cartagena falló el Estado, y dejó a la ciudad sola de abajo, mientras los locutores populares se encargaban de la fe del ciudadano.
Así eligieron al primero y unos años más tarde al segundo, el desespero era grande o estaba loco ese mundo.
Y como era de esperarse, fueron gobiernos hipotecados; las mafias, sin despeinarse, tenían todo de su lado.
Cobraron alto el error, ah mala rabia de votantes; no sé usted, pero yo, no volveré con un actuar semejante.
Porque feriaron el presupuesto, en esa cueva de Rolando, como el alcalde no mandaba, mandaba su medio hermano.
Y el Concejo monda y lironda, está armando correrías, yo los extraditaría para que vengan y respondan.
Qué diría el poeta Luis Carlos, si sale de su cajuela, no es aceite de botijuelas, lo que hoy engrasa a sus malos paisanos.
Es la corrupción campante, la que se pasea por doquier, hoy como ayer, es la costumbre reinante.
Que descanse en paz en su tumba, mientras mi pueblo atormentado, sale de esta penumbra y busca nuevos liderazgos.
A pesar del desaliño, seguiremos su buen consejo; Cartagena sigue inspirando ese cariño que “uno le tiene a sus zapatos viejos”.
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