El fin de semana pasado me encontré con Gerd Zewe en la gran feria anual de Düsseldorf a orillas del Rin y nos tomamos una cerveza. Gerd es más que un viejo conocido del barrio que me vio crecer, es la leyenda viva del Fortuna Düsseldorf, el club de fútbol de mis amores. Entre 1972 y 1986 jugó 440 partidos con el equipo en la primera división alemana –la Bundesliga–, récord total hasta hoy en el club. Fue capitán, ganó dos copas de Alemania, perdió una final europea contra el FC Barcelona y llegó a jugar en la selección. Un futbolista con semejante carrera, incluso con menos talento que Zewe, hoy sería multimillonario. Mi ídolo sin embargo, después de su tiempo en activo, trabajaba de entrenador de equipos menores y de instructor en escuelas de fútbol. Por lo que me consta, lleva una vida acomodada pero sin lujos. A menudo se le ve en los bares de Düsseldorf y en el campo del Fortuna.
Cuento todo esto para recordar un pasado no tan remoto en el que el fútbol seguramente no era un mundo idílico, pero estaba lejos del nivel de corrupción real y ética al que ha llegado hoy en día. No se confundan, soy muy futbolero y hasta sigo la marcha del Junior a través de este diario. No es nuevo ni original denunciar la degeneración que ha sufrido el deporte en los tiempos recientes de comercialización y globalización, pero me parece que la deriva está alcanzando nuevos extremos.
El último escándalo afecta a Ángel María Villar, el poderoso presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) durante casi tres décadas. Fue detenido el martes bajo acusación de malversación de fondos y corrupción.
Supuestamente, logró vender los partidos amistosos de la selección española, campeona del mundo de 2010, cobrando sobornos a través de la empresa de su hijo Gorka, ex directivo de la Conmebol, cargo que abandonó en medio de otro caso farragoso. Villar, por supuesto, no es el primer dirigente del fútbol mundial bajo sospecha. Ahí quedan los ejemplos del suizo Sepp Blatter en la FIFA o del francés Michel Platini en la UEFA.
El daño para el fútbol español es grave, después de que en los últimos años varias estrellas, como Cristiano Ronaldo, Messi o Falcao fueran acusados –en el caso del astro argentino incluso condenados– por evasión fiscal. No entiendo por qué una persona que ya gana ocho o diez millones de euros al año se arriesga a defraudar para ganar todavía algo más. Obviamente, la avaricia de los representantes –a veces los propios padres de los jugadores– tiene mucho con ver con esto. En la misma línea –aunque no se trate de prácticas criminales– tampoco me explico que un futbolista con gran talento se deje guiar solamente por el interés económico. Como Aubameyang, el gran delantero del Borussia Dortmund, que estaba loco por marcharse a China, donde mejoraban su salario ya millonario, renunciando al escaparate de la Champions League.
¿Es el dinero la prioridad? Se me olvidó preguntárselo a Gerd Zewe, pero lo haré la próxima vez que le vea.
@thiloschafer