La Semana Santa o Semana Mayor es la celebración más importante de la cristiandad, dado que durante estos días ocurren los hechos más importantes y asombrosos de este credo como son la muerte y, sobre todo, la resurrección de Jesucristo, que son la base en que se afianza la fe. Esta conmemoración ha sido interpretada por los distintos y disímiles pueblos que han conformado el catolicismo, un mosaico de mestizaje cultural que emerge cada año, cuarenta días después del miércoles de ceniza, que conmemora la remembranza de la condición mortal de los humanos después de los excesos del jolgorio de Carnaval que en singular paradoja está ligado al arrepentimiento.

Diversas culturas del mundo permeadas por el catolicismo asumen la Semana Santa de acuerdo a sus creencias: Ante la exigencia de contrición, moderación y sacrificio corporal acudieron al disfraz de Nazarenos, quienes adoptaron el color morado similar al que se utilizaba en las iglesias el Viernes Santo para ocultar a las imágenes. Estos niños y adultos se llamaron desde entonces penitentes y su sacrificio, que era una representación de Cristo ascendiendo al Calvario, respondía a una promesa o ‘manda’ de sus padres a través de la cual se pedía o se agradecía una intervención divina por alguna gracia recibida o simplemente se pedía la curación de algún mal. La expresión más dramática son los penitentes de Santo Tomás Atlántico en el cual se azotan hasta sangrar las espaldas que suelen curar con el mismo ron que consumen.

Las procesiones del Viernes Santo en todas nuestras iglesias son el acto que prosigue al famoso sermón de las Siete Palabras, en el cual los oradores católicos se desplegaban a fondo para examinar la realidad social y política con severas admoniciones a fieles y gobernantes. Rememoro las procesiones de la Iglesia de San Nicolás o la de la Dolorosa en el templo de San José, también los 7 monumentos a los cuales me llevaban en la lejana niñez. En ellas aparecían muchos niños vestidos de nazarenos que portaban pequeñas cruces como lo hizo Cristo en su marcha hacia el Calvario, y que eran sinónimo de sufrimiento.

En las ciudades de tradición colonial como Popayán, Mompox y Tolú, la Semana Santa constituye un verdadero espectáculo teatral, donde los personajes principales de la sociedad son los cargueros de las pesadas imágenes que desfilan ataviados con sus mejores galas que son uniformes que evocan su condición de Caballeros del Santo Sepulcro. Las procesiones en el Caribe colombiano van acompañadas por pequeñas bandas de vientos que interpretan valses europeos y aires criollos como el infaltable Tristezas del Alma, del maestro de Arjona Luis Rodríguez Moreno. Los músicos nuestros van acompañando su desfile con el Ron de la tierra y después del evento religioso muchas veces sigue el porro que desafía las prohibiciones propias de la solemne semana, que en el pasado exigía solo música clásica ya que el sonido alegre de las campanas era reemplazado por el torvo ruido de la matraca.

Hoy mucho de esto ha sucumbido en el fragor de la parranda, el turismo y pocos conservan el recogimiento religioso. No obstante la Semana Santa puede aprovecharse para el recogimiento y la reflexión, para leer un buen libro o para la reconciliación que tanta falta hace en un país como Colombia que ha perdido la solidaridad y el respeto aún por los símbolos y creencias religiosas. En el fondo el espíritu de la Semana Santa debe ser el reencuentro con los seres que queremos y con nosotros mismos.

*Miembro del centro de investigación en Ciencias Sociales, Humanas y Jurídicas de la Universidad Simón Bolívar.