En una ciudad como Barranquilla donde más del 80% de la población se moviliza a pie o en transporte público, alejar la sede del gobierno local del centro histórico, en la que día a día gran número de ciudadanos realiza múltiples gestiones como trámites de permisos, pagos de impuestos, consultas ciudadanas significará más costos de traslados, más tiempos de gestión y más dispersión de la malla urbana.

El Conpes 3305 del 2004 sobre políticas de Desarrollo Urbano señala como mandato que el urbanismo colombiano debe marchar hacia el concepto de ‘ciudad compacta’, pues la cercanía y la densidad urbana permiten que los conglomerados urbanos sean más sostenibles y más equitativos, especialmente para quien no tiene carro. Sin embargo este proyecto de relocalización de la Alcaldía va en contravía de esos lineamientos.

Las edificaciones para la administración de las entidades territoriales en el mundo moderno están ligadas a sus centros históricos, porque estos son núcleos de vida ciudadana en su dimensión de urbe, polis y civitas, con toda la complejidad que ello significa como lugar de encuentro de otros diferentes; un espacio público donde todos somos tratados como iguales.

De modo que esta nueva localización de la Alcaldía generará más segregación social de la que existe en la ciudad y más entropía al ya deteriorado Centro.

Cuando en 1957 los consultores de desarrollo urbano ‘Town Planning The Collaborative’ propusieron el Centro Cívico para Barranquilla, partían de la necesidad de constituirlo como “el corazón de la ciudad”, un concepto que el Ciam (Congresos de arquitectura Internacional) de 1951 querían aplicar para contrarrestar la dispersión urbana que la funcionalista y zonificada ciudad del automóvil estaba acarreando a la vida comunitaria y para reconstruir en dichos centros los símbolos de la democracia y la soberanía popular de gobierno: “la casa municipal”, Las gobernaciones , la justicia, etc.

Dejar morir el edificio de la Alcaldía de la calle 38, diseñado por Vittorio Maggana y Ricardo González Ripoll, ya de por sí fue un error, pero la historia les pasó una cuenta de cobro a estos arquitectos y a la administración de la época, por no preveer en el tiempo el crecimiento de la burocracia y los retos administrativos de la descentralización municipal.

Mejor suerte ha corrido el edificio de la Gobernación, diseñado por Jairo Henao, ya que su planteamiento ha soportado los avatares del tiempo, la política y el crecimiento urbano.

Si se actuara con responsabilidad histórica, sentido de la equidad y principios de sostenibilidad sería más sensato reconstruir la dimensión humana y cultural del Centro Cívico (que por cierto quedó inconcluso pues no les integraron los edificios de la cultura, las bibliotecas, los jardines), peatonalizando la carrera 45 y la calle 40, reubicando vendedores ambulantes, generando plazoletas públicas para las manifestaciones políticas, revitalizando el Barrio Abajo y construyendo en el lote de la abandonada Alcaldía un nuevo edificio de la ‘Casa municipal’, si se quiere más de 20 pisos, si así los requieren las proyectadas necesidades de la Alcaldía Distrital.

Verticalizar y no dispersar, es la respuesta que desde la arquitectura podría darse para que el nuevo edificio de la Alcaldía no acarre más segregación social, más costos de movilidad y gastos energéticos. Si la Alcaldía -con su nueva flamante sede- se construye en los terrenos que le pertenecen en el Centro Cívico, dejará una señal evidente de que gobierna con la gente, donde la gente está.

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