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Debajo de la sombra de los árboles, en los parques y a orillas de las avenidas, crece en Valledupar una nueva modalidad de negocios informales. Se trata de las llamadas ‘peluquerías callejeras’, de las que se calculan existen más de 250 en la ciudad.

Basta con instalar dos espejos, algunos con soportes metálicos, y otros sujetos a los troncos de los árboles, cuyas ramas sirven de techo y hasta de ‘paredes’ para instalaciones eléctricas, donde se conectan las máquinas para cortes de cabello, secadores, abánicos y equipos de sonido, para ofrecer una música de fondo, mientras uno o dos peluqueros realizan su oficio en la cada vez más creciente clientela.

Estos ‘establecimientos’ al aire libre ya venían de manera incipiente hace algún tiempo en esta capital, pero con la llegada de venezolanos se han disparado, y ahora prácticamente se encuentran en cada esquina de los sectores más populares.

Una peluqueada de hombre cuesta $5.000, mientras que en un salón de belleza ‘cotizado’ se cobra hasta $18.000, y en otros medios $10.000. Aquí la diferencia de precios le hace ganar ‘terreno’ a los informales, al punto que han tenido que ir expandiéndose en el espacio público, colocando sillas plásticas para que los clientes esperen, mientras trabajan un turno.