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Entre las décadas de los 80 y 90, Ciudad de Panamá se había convertido prematuramente en el punto de colisión de culturas procedentes de todo el planeta, gracias a su ubicación geográfica, entre el océano atlántico y el océano pacifico. Hoy Colombia goza de ese privilegio, albergando culturas, y no por simple apetito de erudición sobre Dios, como en aquel entonces, sino por repercusión a la violencia. Como en el caso de los inquilinos venezolanos, quienes abandonaron su país de la mano de una dictadura que inicio Hugo Chávez Frías, así como cientos de mercaderes peruanos y ecuatorianos asentados en la capital de la eterna primavera, sin dejar de lado claro está, los migrantes cubanos y haitíes, y como si no faltara tela por cortar, para colmos se nos suman los afganos.

Y se han preguntado, ¿si hay cama para tanta gente? quizás si, tal vez no. Pero, por qué la cizaña a este interrogante. Porque vivimos en una sociedad, en la que somos extranjeros en nuestro propio país, debido al matiz de nuestra piel a nuestro estrato socio económico, a nuestra idiosincrasia, a nuestra manera de pensar, a ese egoísmo que personalmente equiparo con el odio, a ese rencor con el que se vive, que es como tener una brasa ardiendo en las manos. Con la cual, al final nos quemamos nosotros mismos al lanzarla, y olvidamos por completo que las demás personas las pueden esquivar.

Thiago Bettin