Cuando ya creíamos que los 26 días de la turbulenta protesta de la última minga en el Pacífico colombiano habían sido todo y que las cosas en el país iban a tomar su cauce, nuevamente la tensión y la inestabilidad han aparecido en el escenario colombiano, alimentada por la fuerte polarización que se registra en nuestro contexto político y que esta vez se ha agudizado por lo acontecido en torno al caso Santrich, la renuncia del fiscal general, Néstor Humberto Martínez, y la de la ministra de Justicia, Gloria María Borrero, sumándose también las versiones de las chuzadas en la Corte Constitucional, el retiro de visas de Estados Unidos a algunos magistrados, el sometimiento a consideración del Congreso de la República de las objeciones hechas por el presidente Duque a la Ley Estatutaria de la JEP, el tránsito polémico que estas objeciones tuvieron en esta corporación, la carta enviada por un grupo de senadores de los Estados Unidos al gobierno colombiano, en el que cuestionan el nombramiento de militares en altos cargos en el Ejército, pese a que hay dudas de su actuación en temas de derechos humanos y la noticia propalada por el The New York Times en el sentido de que en el Ejército colombiano le estarían exigiendo a sus oficiales duplicar las bajas, capturas y muerte de criminales, guerrilleros y civiles (¿falsos positivos?).
Este perturbador mosaico crea en el ciudadano colombiano intranquilidad emocional, en la creencia de que no hay una sin salida a nuestros problemas domésticos que a pesar de ello guardamos la esperanza de que nuestra clase dirigencial encuentre con sensatez y sindéresis los correctivos que tanto necesitamos.
Valmiro De La Hoz Cantillo. Abogado.