Pablo Emiro Salas es un hombre de firmes convicciones pastorales. Sus robustos fundamentos religiosos edificados en Cristo durante sus 40 años de servicio sacerdotal le son propicios para interpretar con sabiduría, entendimiento e imprescindible fortaleza el momento que atraviesa Colombia, Barranquilla y el resto del Atlántico.
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Con pausado tono, tan reflexivo como agudo, dice que el país va a la deriva, cuestiona la confrontación diaria del presidente con sus contradictores y pide soluciones conjuntas para los grandes problemas de la gente de los municipios más rezagados.
Se acaba el año monseñor Salas, ¿cuál es su mensaje a los atlanticenses?
Es necesario hacer balance. Empresas e instituciones lo hacen y en lo personal también es muy conveniente hacerlo, pero no siempre ocurre. En ese sentido hagámoslo con responsabilidad, en perspectiva positiva, para saber si hemos crecido, si estamos retrocediendo o avanzando en los propósitos de vida y en nuestra fe.
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Encontraremos situaciones contrastantes porque así es la vida, tendremos motivos para alegrarnos, agradecer, y también habrá sufrimientos, profundas tristezas, oscuridades dañinas que nos roban la esperanza. La invitación es a continuar. Cada día que Dios nos regala tenemos que construir el bien, luchando por el bienestar de los demás y por el nuestro, de manera más intensa y responsable.
En ese balance en clave de esperanza, ¿siente que el rumbo que sigue Barranquilla, los municipios del departamento es acertado?
Barranquilla y el resto del Atlántico hacen parte de un país que se encuentra en proceso de una lenta reacomodación que aún no termina. Persisten situaciones estructurales no resueltas que afectan aspectos vitales de la vida de la ciudad y los municipios y, por supuesto, de los más necesitados.
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Se percibe cierta sintonía en la forma de gobernar entre el alcalde de Barranquilla y el gobernador, pero esa sintonía no se siente entre algunos alcaldes municipales y Verano. Las diferencias políticas son bien complejas y en lugar de sumar para dar solución a las enormes dificultades que existen terminan impidiendo el desarrollo.
¿A cuáles municipios se refiere?
Soledad y Malambo pareciera, por ejemplo, que no hicieran parte del Atlántico, porque no avanzan, no se ve el progreso. Es como si el tiempo se hubiera detenido.
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Uno sabe que hacen esfuerzos, que tienen limitaciones muy marcadas, pero deben buscar una mayor sintonía entre sus alcaldes y el gobernador para que estos y la totalidad de los municipios con rezagos históricos de años transiten y tengan las mismas oportunidades, sobre todo quienes más lo necesitan.
¿Qué haría falta para encauzar esos caminos?
Ensanchar la mirada y, por consiguientemente, el horizonte, construir entre todos una visión esperanzada de departamento que apunte a la solución de los grandes problemas con estrategias programáticas, conjuntas, es decir, con soluciones que no sean mágicas, sino que se hagan realidad con trabajo, transparencia, evaluación de procesos, objetivos planificados y actividades puntuales para alcanzar el bienestar de las personas y el progreso de las comunidades.
También hace falta superar las diferencias políticas en la forma de concebir el Estado, la gobernanza. Cuando alguien es elegido debe entender que no gobierna para un partido, ni para una facción de este, ni para una ideología, sino para todos los ciudadanos. Se debe superar esa limitación de criterio.
El 2024 volvió a ser otro año desafiante en materia de seguridad, con extorsiones, sicariato, violencias… ¿El mal nos está ganando la batalla?
Sí, esa es la apreciación que tenemos todos. Sin embargo, desde la fe pienso que hay esperanza, no podemos dejarnos en absoluto vencer por el mal.
La situación es muy compleja y ciertamente viene en crecimiento porque las políticas de seguridad del Estado no están funcionando y el ciudadano cada vez está más desprotegido. Esto tiene que ser un propósito de país que se hace operativo en cada lugar cuando el gobernante local se pone la camiseta.
Mientras los órganos del Estado no estén funcionando por el desorden institucional en que estamos, los intereses de la criminalidad se fortalecen, paradójicamente, bajo la sombra del mismo estado. No podemos darnos por vencidos, toca seguir adelante.
¿Qué propone?
Debemos preguntarnos cuál es el país que queremos, con qué nivel de seguridad o de tranquilidad deseamos vivir, cómo lo diseñamos, y, sobre todo, cómo lo trabajamos desde lo local y nos apoyamos los unos a los otros para superar las dificultades que generan la pobreza, desigualdad, injusticias, falta de oportunidades, pero también la ambición en muchos casos.
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Si todo eso se va resolviendo tendremos una sociedad más humana, respetuosa del derecho de los demás y de la dignidad de la persona.
¿Cómo nos unimos como sociedad para enfrentar flagelos derivados de la criminalidad, pero también de la indolencia e indiferencia que nos impiden ponernos de acuerdo?
Hay que formar comunidad, construir sentido comunitario, tareas pendientes en esta sociedad. Por momentos centramos el interés en ello y en otros, eso se desvanece, debido a que llega un gobernante y ya no le parece importante. Eso hace mucho mal.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países que salieron más rápido de la pobreza, la destrucción y la muerte fueron los más solidarios. Esa es una palabra mágica con una carga evangélica muy profunda.
Ejemplo de lo que digo es la parábola del buen samaritano. Tenemos que construir comunidades samaritanas que les duela el dolor del otro, que se apropien de su sufrimiento, con sentido del bien común.
No es fácil, porque lo que se impone es la mentalidad transaccional…
Nos hemos acostumbrado, a diferencia del buen samaritano, a que todo tiene su contrapaga, porque así formamos a las comunidades. Cuando uno llega la gente pregunta, ¿qué me trae? Pero no se cuestiona sobre qué pueden aportar, qué pueden hacer por ellos mismos. Creo que la política tradicional le ha hecho mucho mal al propósito del buen samaritano.
¿Qué quiere decir?
Cuando uno visita las comunidades antes y después de elecciones encuentra dos cosas muy distintas. Antes, se percibe solidaridad para buscar soluciones a los problemas comunes.
Luego, se encuentra al compadre peleado con el compadre, al hijo peleado con el papá, al vecino en rivalidad con su vecino, todo por situaciones partidistas.
Manejamos un nivel de intolerancia y de inmadurez política que después es muy difícil recuperar la tranquilidad. Esta manera de hacer política, para ganar dividiendo, no puede continuar. Es un círculo perverso.
Qué bonito sería que los gobernantes o quienes hacen política en un municipio se pusieran de acuerdo para definir cuáles son los problemas por solventar e hicieran un pacto para que el que gane ponga en marcha las soluciones. ¿Usted se imagina eso? Pero, ¿qué ocurre cuando terminan las elecciones? Que el que gana no puede gobernar, tiene la oposición de medio pueblo y aunque sus intenciones y propuestas sean buenas se rechazan porque no vienen del que era de mis afectos. Tenemos que superar esta dificultad.
¿Por dónde empezar?
Es una urgente tarea formativa de todos, también de la Iglesia, para crear más ciudadanía, generar cultura política y ciudadana en las comunidades, con el propósito de mirar más allá de los propios intereses personales y centrarlos en los que son comunes a todos.
Por lo que dice la Iglesia Católica, sus pastores perciben la hostilidad o nivel de confrontación política que se incuba desde la institucionalidad e, incluso que alienta el mismo jefe de Estado…
Lo percibe todo el país, sin duda. En Colombia se respira una profunda desesperanza. Los deseos de cambios profundos se han ido desvaneciendo, la nación está muy dividida, polarizada e ideologizada, y va a la deriva.
Una vez el presidente es elegido se convierte en el de todos los colombianos y no puede haber mayor interés para él que el bien de Colombia. El presidente no puede gobernar para su partido, para su ideología, no puede seguir polarizando al país porque eso hace absolutamente mucho daño.
En lugar de gobernar al país, primero con gran responsabilidad y segundo con sentido de nación, a lo que nos hemos acostumbrado es a ver cuál es la confrontación que enfrenta el mandatario con sus contradictores, a diario, que no lo deja gobernar con serenidad.
Un conflicto diario que desplaza la dura realidad de los colombianos…
Eso es lo que centra toda la atención, mientras que los problemas del país, que son los de la gente, no le importan absolutamente a nadie, a ningún órgano del Estado. Nadie escucha.
Lo que de verdad interesa son los líos de los partidos o las posiciones ideológicas de lado y lado. Y preparémonos porque viene un año electoral en el que todo se radicalizará con más fuerza. Esto no puede continuar.
El presidente tiene la responsabilidad de entregarnos a los colombianos, a los que votaron por él y a los que no, un mejor país de lo que él recibió, con mejor educación, más unido, con más oportunidades para todos, reconciliado y en paz.
Esa es su labor más apremiante, pero eso no es lo que estamos percibiendo. Aún hay tiempo, Petro tiene un gran liderazgo, pero lo tiene que poner al servicio de aquello por lo que lo eligieron, no para defender una posición ideológica.
De vuelta al Atlántico, 2024 confirmó altas tasas de violencia en el interior de los hogares: feminicidios, abusos de menores y de adultos mayores. ¿En qué momento caímos en semejante degradación humana?
El mal tiene su propia dinámica y es destructora. Cuando se apodera del corazón del hombre, no se detiene. Esta es una sociedad que se acostumbró a hacer diagnósticos y ya está sobrediagnosticada, que pide resultados, que se volvió permisiva y destruyó todos los límites.
La naturaleza humana compleja y misteriosa quedó a expensas de sí misma, de su parte más oscura y tenebrosa. Hay una visión del hombre demasiado optimista que no tiene en consideración esa parte oscura que está originando tantos males.
Dejamos de educar, de formar, de poner límites, de velar sobre nosotros mismos, de transmitir valores, principios y de exigir responsabilidades. No tenemos familia. La familia está destruida y si esta no existe, tampoco hay Iglesia ni sociedad. No podemos seguir presumiendo que todo en el hombre es bueno. Al hombre hay que formarlo para que lo sea y en lugar de hacer el mal, lo combata a fuerza de bien.
Cuánta falta hace la armonía social de la que hablaba el papa Francisco tras inaugurar el Jubileo 2025, que es un tiempo de gracia para los creyentes, ¿en qué consiste?
Es una oportunidad que la Iglesia ofrece para que todo hombre se sienta amado, reconciliado, para que nadie mire su vida con pesimismo, para redescubrir la belleza de lo que somos en medio de las caídas, de los errores, de las luchas. Porque el ser humano, por su visión dual, es una ambigüedad de grandeza y de pobreza, que puede mirar su vida con esperanza, recomponer el camino, y hacer primar el bien por encima del mal.
El papa Francisco abrió la puerta de Cristo el 24 de diciembre y se abre también para todos. Dios nunca cierra sus brazos ni su corazón.
Él es como una madre que nunca cierra la puerta para sus hijos aunque se hayan perdido, aunque pase años sin verlos. Así que entremos, para que algo se mueva en nosotros y seamos mejores.
Al final, la esperanza nunca defrauda y podría ser una forma de superar tantas crisis, ¿no lo cree?
Sí, ciertamente. Me encanta esa frase del apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos que dice completa: “La esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado”.
Y cuando tenemos claro que somos hijos de Dios, esa esperanza no defrauda, porque siempre en Dios habrá oportunidad, siempre Dios será Padre, siempre Dios será para mí un Dios de amor, de misericordia.
Por eso la esperanza no defrauda, porque no está sostenida en nuestra bondad, sino en la fidelidad de Dios, en su amor. Y el Espíritu Santo testifica eso en nosotros, tú eres hijo de Dios, Dios te ama. Pero ten ánimo, sé valiente, vamos adelante, y llenémonos de entusiasmo en 2025.