Cabe advertir que, si bien resulta muy difícil lograr una postura conjunta frente a Estados Unidos en el marco de la CELAC, sí podrían impulsarse nuevos acuerdos comerciales a nivel regional para hacer frente a la volatilidad económica que puedan generar las políticas estadounidenses en la región.
La polarización, además de dejarnos en un estado de estancamiento, ha deteriorado nuestras conversaciones cotidianas sobre política y sobre el país, llevándolas con frecuencia a discusiones agitadas e incluso a conflictos familiares, de los que poco o nada constructivo resulta.
Las cosas pueden, y seguramente cambiarán en los próximos meses, a medida que se anuncien alianzas, nuevas candidaturas y los precandidatos afinen sus estrategias. El centro tiene una gran oportunidad para crecer; la izquierda, para reflexionar; y la derecha, para escoger acertadamente a su candidato o candidata.
Vale la pena preguntarse si la manera de alcanzar un país sin altos índices de violencia debe pasar por deshumanizar a las personas, ignorar la existencia de derechos inherentes al ser humano y crear un nuevo ciclo de injusticias al renunciar a los derechos humanos a cambio de un modelo populista.
Entre todas estas estrategias y alianzas que buscan contrarrestar a Trump, Israel o Rusia, según el contexto regional, queda la incógnita de si, en algún momento, los países sudamericanos desarrollarán una visión conjunta en materia comercial y política frente a las medidas del nuevo presidente de Estados Unidos.
Todo apunta a un gobierno contrario a la educación, con la posibilidad de un cierre del Departamento de Educación a nivel federal y recortes presupuestarios a las universidades, lo que sin duda afectará no solo el acceso de nuevos estudiantes, sino también la investigación en el país.
Su presencia en Catar será crucial para fortalecer los lazos de Colombia con otros países de la región. No solo se trata de desarrollar una visión diplomática coherente con los principios del derecho internacional, sino también de reconocer la importancia de los vínculos históricos y culturales que unen a Colombia con la comunidad árabe.
Pero Shakira, para mí, era más que su música: representaba un modelo de mujer valiente, que nunca tuvo miedo de soñar, de vivir el amor con intensidad, de honrar sus raíces árabes, de rendir tributo a su ciudad y a su país, y de abrirse camino en una industria que no estaba hecha a su medida. Crecí viendo en ella un símbolo de independencia, coraje, cultura, crítica social y fidelidad a sus principios.
Tal vez esto se deba a que quienes lideran las naciones están muy lejos de la experiencia vivida por Roosevelt y Churchill, o porque, aun conociendo el nivel de devastación humana que estos hechos pueden provocar —y que ya están provocando—, prefieren un pragmatismo basado en el uso de la fuerza y el poder en lugar de la justicia y la paz.
Colombia nunca había vivido en medio de tanta incertidumbre generada por el mismo gobierno, tal nivel de descoordinación y de burla. Finalmente, lo que se ha perdido, además del terreno que se había abonado para la paz, la seguridad y el desarrollo económico, es la seriedad –al menos al nivel del gobierno nacional– con la que se abordan los problemas graves del país, que son muchos.