Pero más allá del desahogo simbólico que ofrece el fuego, la quema del Año Viejo debería servirnos también como un acto de reflexión colectiva. No basta con señalar responsables ni con desear que todo lo malo arda y desaparezca; es necesario preguntarnos ¿qué hemos permitido?, ¿qué hemos tolerado y qué hemos callado como sociedad?
¡Querido Niño Dios, regálanos un presidente con el temple de Nayib Bukele, que ponga orden y haga cumplir la ley! ¡Que los colombianos lean más libros y pasen menos tiempo en TikTok! ¡Que los miembros de las Fuerzas Militares y la Policía no sean asesinados mientras protegen la vida y los bienes de los ciudadanos!
Hablar de Carlos Yacamán es hablar de un amigo, de un hermano, de un personaje único y original, valioso y fuera de serie. Un ejemplo para las actuales y futuras generaciones, un hombre correcto en sus negocios y coherente en su manera de vivir.
Que Navidad nos llene de paz, salud, sabiduría y verdadera prosperidad. Que en nuestros hogares reine la armonía; que en las calles desaparezca la inseguridad; que la violencia no siga ejerciendo su poder; y que, en el gobierno, por fin, prevalezca la honestidad.
Actualmente, la vida dejó de tener valor; no hay respeto ni dignidad. La caridad desapareció, la honestidad se extinguió, el liderazgo se volvió un espejismo y los deseos de salir del caos social, político y cultural parecen inexistentes.
Porque gracias al libro de Loor Naissir, Asomándome al periodismo, comprendí que EL HERALDO no es solo un periódico: es un templo, una catedral del periodismo, de la cultura, de la vida social barranquillera y colombiana. Un espacio que honra la palabra y preserva la verdad.
Colombia merece servidores públicos que honren su palabra, defiendan la justicia con altura y comprendan que el verdadero poder no se demuestra con insultos, sino con integridad.
El Estado ha preferido mantenerse en manos de la corrupción, de la inexperiencia, de una democracia enferma que no se quiere curar, ha prefierido el deterioro de las instituciones de la justicia, de la libertad y de la dignidad humana.
Estar en la Lista Clinton es una condena civil, una medida que tiene un efecto devastador, pues afecta no solo a quien aparece en ella, sino a sus familiares, amigos y colaboradores.
El estado debe ejercer un control e imponer sanciones ejemplares a las entidades financieras que presenten continuas fallas en sus sistemas, porque la tecnología puede y debe avanzar, pero no a costa del ciudadano que necesita acceder a su dinero para sobrevivir.