El libro de Nuccio Ordine hace un recorrido por la obra y el pensamiento de los más grandes autores de la historia, no solo para intentar dilucidar la utilidad de lo inútil, sino, sobre todo, la inutilidad de lo útil, de lo indispensable.
Y si vamos a hablar de olores, razoné, podría evocar a Homero, a José Arcadio, el primogénito de los Buendía, que siguió buscando toda la noche a Pilar Ternera en el olor de humo que ella tenía en las axilas y que se le quedó metido literalmente debajo del pellejo. «Quería estar con ella en todo momento, quería que ella fuera su madre, que nunca salieran del granero y que le dijera qué bárbaro, y que lo volviera a tocar y a decirle qué bárbaro».
Una obra que exhala Caribe de principio a fin, que sabe cifrar la historia de América Latina en cada esquina de la peripecia, una novela que entreteje una fábula de horror con las mil voces de la cultura popular, con la exuberancia verbal de los pueblos del mar, con su música, su forma de hablar, de interpretar el mundo.
La novela de William Ospina, en todo caso, está muy lejos de las simplificaciones del resentimiento y la denuncia. «Un relato escrito con amor en castellano —dice el autor— no puede ser un rechazo a la cultura occidental. Es una muestra de la sensibilidad de esa cultura, de su capacidad de mirar críticamente sus propios excesos».
En los escritos de García Márquez, la relación entre la palabra y el objeto tiene un carácter indefinido. Existe un acucioso trabajo con el lenguaje que busca crear nuevas imágenes a partir de diversas magnitudes semánticas.
Diciembre es una ofrenda a la infancia. Un homenaje a esa época en la que el desencantamiento del mundo no había tenido lugar.
Pero más allá de las circunstancias, de los recuerdos, del puñal, de la mujer, lo que el Homero de Borges persigue, lo que anhela con intensidad, es el sabor vivo e inequívoco de ambos momentos.
Esta última novela, que para algunos es una inadmisible exaltación de la pederastia, para otros lectores más perspicaces de García Márquez es, simplemente, una última vuelta de tuerca del mismo viejo tema de los amores contrariados, imposibles, de esos que se confunden con la rabia, el cólera o la demencia senil.
Aquéllos que no han olvidado «el problema del conflicto del corazón humano consigo mismo, que es lo único que puede lograr la buena escritura porque es lo único sobre lo que vale la pena escribir».
La primera y asimismo última vez que un hombre y una mujer pasaron juntos la noche, una espada colocada sobre el lecho separó a ambos hasta la madrugada. ¿Qué otra cosa pudo ser ese «filo acerado», sino la ceguera que aquejó a Borges en sus últimos años y lo aisló del mundo?