Y eso es lo que le incomoda a Petro: que aquí las cosas se hagan y se vean, que no dependamos del libreto presidencial y que los barranquilleros si llevamos casi 20 años viviendo “el cambio”. No se trata de defender a un grupo político, sino de cuidar un modelo que funciona, que piensa a largo plazo y que no se detiene por cálculos electorales.
En su último discurso no reconoció ese fracaso, ni mencionó sus promesas esenciales. No ha sido capaz de ejecutarlas. Lo cierto es que su gobierno, formado por personas que él mismo eligió, no ha podido salir del pantano de los escándalos.
Quedan dos instancias para que Uribe se defienda como corresponde. Pero si cada fallo se convierte en bandera para unos y en derrota para otros, no es la justicia la que falla, sino quienes la usan como arma.
Esto no es Macondo. Es Colombia. Y aunque Petro hable como si fuera el último Aureliano Buendía, la realidad nos golpea la puerta todos los días. Ojalá viviéramos en ese mundo, pero aquí seguimos intentando echar pa’ lante en este.
Hoy el Estado controla ocho EPS que suman más de 25 millones de afiliados, pero sigue actuando como si no fuera responsable. Se escuda diciendo que “es un problema estructural”, mientras el sistema se deteriora.
Cada torneo tiene su magia, y la FIFA acertó al darle vida a este campeonato y abrirle espacio para crecer. Hoy, el Mundial de Clubes empieza a ganarse un lugar que, con el tiempo, podría superar en expectativa mundial a la Champions.
Al final, esto no es solo un pleito por un logo, sino por lo que representa. Lo que está en juego es la diferencia entre proteger lo que uno crea o premiar a quien se tumba lo ajeno, solo porque puede. Podrán decir que todo es legal, pero lo suyo sigue oliendo a robo.
Muchos dirán que es mejor intentar algo que quedarse inmóviles. Y es cierto. Pero también es verdad que la paz no se improvisa, y hoy lo que necesitamos no es otro relato, sino una hoja de ruta concreta. Una política que mida su éxito en armas que se callan, territorios que se liberan y vidas que se salvan.
La aprobación de la reforma lo demuestra: la política funciona cuando se legisla pensando en la gente. Y no fue un triunfo del Gobierno, sino un avance para los trabajadores. La clave no estuvo en el poder, sino en la escucha. Cuando se pone a la gente en el centro, el país avanza por el camino correcto.
La gente, el pueblo, este domingo tiene que marchar. Pero no desde los partidos, ni con políticos oportunistas. Esta debe ser una marcha silenciosa, sin dueños, sin logos, sin cálculos. Un rechazo claro a la violencia y una defensa serena de la democracia.