Eso explica por qué resulta tan ofensiva la falta de escrúpulos de quienes pretenden aprovecharse unilateralmente de ese esfuerzo para obtener ganancias propias. Sean cuales sean sus pretensiones o métodos —no se descarta que todo sea un bluf para venderle la marca de vuelta a sus dueños— lo que están haciendo es una notable muestra de deshonestidad, irrespeto y mala fe: un triste ejemplo de pobreza moral.
Los más pesimistas vislumbran un futuro en el que no seremos capaces de leer textos de más de dos párrafos y mucho menos de escribirlos, planteando serios retos para los procesos educativos tradicionales. No sabemos qué va a pasar, ni la magnitud de los cambios que se avecinan o sus impactos.
En momentos de inquietud —reales, imaginados o inducidos— hay gestos que ofrecen una forma discreta de claridad. Escuchar una obra conocida, releer un cuento, volver a una película que ya no sorprende, pero acompaña y divierte. No se trata de un llamado a la nostalgia: lo familiar, en lugar de entorpecer o condicionar el pensamiento, a veces lo ordena.
Tratándose de una contribución que financia programas y obras públicas, cuya legitimidad depende en buena parte del respaldo informado de la población, también sería oportuno que fuese visible un balance institucional que dé cuenta de los logros alcanzados gracias a la tasa, en términos concretos de seguridad y convivencia. Este asunto demanda una reacción rápida de cara a la ciudadanía.
No se trata de desacreditar la tecnología ni de añorar un pasado analógico. El problema no son los celulares ni las plataformas en sí mismas. Se trata de comprender los peligros que conlleva su uso descontrolado y los efectos que tales abusos generan en las mentes en formación.
El incesante bombardeo de noticias alarmantes sobre diversas modalidades delictivas va minando la confianza en nuestros semejantes, diluyéndola poco a poco. Si las cosas siguen así, triunfará el miedo y terminaré convertido en un canalla.
Personalmente, lamento su partida porque con ella el coro sigue perdiendo diversidad. Quedan pocos autores que sustenten las posiciones liberales con prestancia, evitando arrimarse a esos extremos tan fáciles y seductores. Esto va quedando muy solo, monótono y aburrido. Paz en su tumba.
Para cualquier persona resultará sencillo comprender que esos inconvenientes minan cualquier intención de terminar a tiempo: si todo marcha bien y no hay más contratiempos, la Gran Vía podría entregarse definitivamente durante el primer trimestre del 2026, con un año y medio de atraso.
Lo cierto es que no hay información suficiente y así no se puede comprender el atraso. Pedir explicaciones no debería interpretarse como un gesto de persecución, ni mucho menos de condena anticipada. Se trata, más bien, de un ejercicio de claridad pública: entender por qué no se cumplieron los plazos, cuáles han sido los obstáculos y qué se está haciendo para superarlos.
Tampoco podemos ignorar su impacto. Nuestra interacción con las pantallas suele parecernos inocua porque no lo vemos, sin embargo, se ha calculado que cada imagen que se genera por un programa de IA requiere entre 5 y 50 litros de agua para la refrigeración de sus sistemas.