Nadie puede esperar que la ciudad tenga una terminal gigantesca, ni que movilicemos diez millones de pasajeros anuales. La idea sería adecuar un aeropuerto que responda a nuestra realidad, pero que lo haga brindando comodidad y funcionalidad.
Los problemas ambientales y de movilidad del área metropolitana de Barranquilla no se deben a este tipo de desarrollos, legales y cuidadosos, sino a un histórico desorden que solo hasta hace poco se ha intentado remediar. Creo que las prioridades deben revisarse.
Ejercitarnos regularmente crea una especie de amortiguador emocional que nos vuelve menos reactivos, más pacientes y menos proclives a enredarnos en pensamientos repetitivos.
Cabe preguntarse, entonces, por qué las potentes medidas de seguridad que se despliegan durante un evento como el de la OCDE no pueden adoptarse de manera permanente e indefinida, mientras se hace lo posible por conjurar los peligros a los que se exponen los barranquilleros.
Puede ser un momento oportuno para plantear nuevamente la conversación sobre el verdadero costo —para todos— que implica el uso indiscriminado del espacio público para parquear en nuestra ciudad, y cómo la administración distrital está perdiendo una oportunidad para financiar acciones que mejoren la movilidad.
El caso de la Gran Vía resulta contradictorio. El diseño vial contempló la construcción de tres carriles de 3,50 m de ancho en ambos sentidos, una configuración que propicia la aceleración de los vehículos. Por eso, no se comprende que ahora se reinstale la cámara mencionada, pues no guarda coherencia con las decisiones que se tomaron.
El entorno universitario, debe, por lo tanto, propiciar ese tipo de armonía, conformando un marco espacial para que sus estudiantes, profesores, funcionarios y visitantes, puedan desarrollar sus actividades de forma fluida y natural, e incluso estimular su creatividad y apalancar su potencial.
Por eso, creo que conserva pertinencia algo que escribí hace unos años: no estoy tan convencido de la necesidad de mostrar, ni difundir, las explícitas consecuencias de nuestra violencia. En este caso, me parece que somos capaces de conmovernos lo suficiente con la foto del senador Uribe, sano, sonriente.
Eso explica por qué resulta tan ofensiva la falta de escrúpulos de quienes pretenden aprovecharse unilateralmente de ese esfuerzo para obtener ganancias propias. Sean cuales sean sus pretensiones o métodos —no se descarta que todo sea un bluf para venderle la marca de vuelta a sus dueños— lo que están haciendo es una notable muestra de deshonestidad, irrespeto y mala fe: un triste ejemplo de pobreza moral.
Los más pesimistas vislumbran un futuro en el que no seremos capaces de leer textos de más de dos párrafos y mucho menos de escribirlos, planteando serios retos para los procesos educativos tradicionales. No sabemos qué va a pasar, ni la magnitud de los cambios que se avecinan o sus impactos.