Si Petro gobierna como socialista, con estrategias socialistas, como incitar a la lucha de clases; si sus alocuciones son socialistas y confiesa que “quisiera” un país socialista, pues no está pidiendo el socialismo, lo está imponiendo. No lo duden.
Esa respuesta popular será tranquila y alegre, algo que no puede garantizar, pues lleva tres años sembrando odio entre los colombianos, en un tono de hostilidad presidencial que igual hace imposible el Acuerdo Nacional que pregona y a la vez destruye.
Es riesgoso exponer prematuramente al candidato a la acción demoledora de las bodegas de la izquierda. Siempre seremos los más atacados, porque unidos somos el enemigo por vencer.
Esa línea de vecindad es también cordón de narcotráfico y grupos ilegales; la Colombia profunda a donde no llega el Estado, pero sí el narcoterrorismo que lo suplanta, en medio de una Paz total que agoniza por falta de voluntad de los bandidos y por las decisiones del Gobierno.
Hoy el país no es el mismo, es peor que el de 2018, en parte por el mensaje de impunidad a través de la gestión lenta y sesgada de la justicia transicional creada en el Acuerdo con las Farc a su acomodo.
¿Qué le pasa al Gobierno? Hoy soluciona su crisis de liquidez, pero en 2026 el hueco es mayor, pues no recibe la plática que le adelantaron y debe reintegrar más saldos a favor, con lo cual descuadra el presupuesto, que es “de caja”, de ingresos efectivos.
Yo me uno a sus declaraciones, pues percibí en la canciller una actitud positiva y no me sentí utilizado, aunque sí hubo preocupación por eventuales declaraciones del presidente en la reunión de la CELAC en Tegucigalpa, con una activa presencia de China. Hubo diferencias, argumentos y propuestas, pero en un entorno de cordialidad y respeto.
Los indígenas son el 4,4% de la población y los mayores propietarios de tierra (39 millones de hectáreas), pero reclaman “derechos ancestrales” y la ampliación de sus resguardos es la principal demanda de los que hoy enfrentan al Gobierno en Bogotá.
Qué indolente la sociedad que lo permitió y en la que, por ingenuidad o por intereses políticos, muchos aún defienden las monstruosidades escondidas en el Acuerdo con las Farc, concebido en una traición premiada con Nobel, nacido en un asalto a la democracia y apadrinado por una clase política que arrendó su conciencia.
No me atrevo a afirmar que el presidente esté ambientando la disolución del Congreso, pero sí que busca deslegitimarlo, más de lo que ya está, generando una fractura entre los dos poderes que no le sirve a la estabilidad de nuestra democracia y a la gobernabilidad para sacar adelante sus reformas.