La paz de Francisco I, que no temió predicarla de cara a los beligerantes jefes de las naciones, será llevada en las plegarias de los seguidores de su legado. Ojalá esa energía espiritual sea una barrera contra las violencias de este mundo.
Decir Alejandría-Barranquilla implica un paralelismo histórico insoslayable que, al crear el Museo, origen de la Universidad del Atlántico, J.E. Blanco asociaba, y no por azar, con la biblioteca que llevó por siglos el nombre del emperador macedónico. J.E. Blanco hizo historia cuando propuso que Barranquilla fuera alejandrina.
Al darle la bienvenida en mi despacho miró hacia el fondo buscando su cuadro el Torocóndor. “Ya no está aquí, maestro”, le dije. Sonrió simulando sorpresa. Bajamos sin más protocolo para entregarle, en presencia del consejo directivo y académico y demás invitados, el título de Doctor honoris causa en Arte.
Otro vacío es el ocaso de la Feria del Libro, que duró muy poco. ¿No podrá el Distrito en asocio con el sector privado revivirla? Sigo creyendo que la ciudad tiene expresiones culturales que no se pueden medir con la vara del pasado.
Era una persona de una gran sencillez. No presumía de haber sido integrante del Grupo de Barranquilla sobre el cual escribió unas Crónicas que son testimonio personal y directo de lo que fue La Cueva en su mejor momento.
El Nostromo de Conrad, que ya cumple 120 años de su publicación, sirve de referente de nuestra historia sin perder actualidad: los “piratas” del Caribe cuyos asaltos y saqueos mantienen en la pobreza a nuestra región, la ceguera de gobiernos que hicieron perder tesoros a nuestro territorio por un puñado de dólares, el infierno de la codicia y la corrupción políticas a la orden del día, las “revoluciones” que hubo y se siguen dando en nombre de utopías que llevan el nombre de tantas fantasías electorales.
Kamala Harris, aclamada candidata por el partido demócrata a la presidencia de Estados Unidos, estrella en ascenso, y a la infatigable María Corina Machado, nuestra suramericana, luchadora de la democracia, que recorre sin temor a las amenazas las calles de Caracas, seguida por multitudes fervientes y por los que esperan una oportunidad para la democracia pisoteada. Admiradas no solo por ser mujeres que se han ganado por sí mismas un lugar en la historia. También porque Dios creó la mujer.
La oscuridad y la selva son comunes a la novela del colombiano Rivera y del anglo-polaco Conrad. Ambas son el lazo de unión entre dos escritores que no se conocieron en las lejanías, la del Amazonas y la del Congo. Pero las distancias y las épocas se rompen con la lectura de sus novelas.
Una publicación reciente de Loor Naissir, “Sin retorno”, da buena cuenta de la inmigración libanesa narrando la historia de sus ancestros, lo que ilustra las de otras muchas poblaciones árabes, provenientes del Imperio Otomano, que acá abreviamos con el apelativo de “turcos”.
En El otoño del patriarca, que parece inspirada, entre otros, en el dictador Juan Vicente Gómez, la narración de García Márquez tiene tonos burlescos: el déspota gobernaba como si no fuera a morirse jamás en un palacio que era un mercado de burros y de gallinas, de boñigas de vacas, a pesar de tener blindados los portones. Las dictaduras: comedia de formalidades para aparentar su legitimidad.