La gran confusión de esta era es creer que lo urgente es hacer, cuando lo verdaderamente importante es pensar. Estamos delegando por comodidad aquello que nos hace humanos: la capacidad de razonar, crear, cuestionar y conectar ideas. Estamos usando la tecnología no para potenciar el pensamiento, sino para evitarlo.
El reto ahora no es solo construir, sino sostener. Que la Luna del Río encuentre su público, su ritmo y su lugar en la ciudad. Porque un verdadero símbolo urbano no se mide por su altura, sino por su permanencia y por la capacidad de seguir girando cuando ya pasó la novedad.
“Los Luna…” su obra mayor. Su legado en movimiento. Porque solo a un lunático con visión, de esos que entienden que la cultura no se abandona ni se improvisa, se le ocurre sostener durante décadas un evento que son, sin exagerar, los auténticos Grammys del Caribe.
El Caribe colombiano vive hoy una ola poderosa de dinamización empresarial. Eventos como Caribe Biz, Caribe Exponencial, XPO Probarranquilla y otras iniciativas son fuente de conocimiento para quienes intentan cruzar el temido “valle de la muerte”.
En Colombia ya normalizamos el viacrucis de la salud: filas de tres horas, turnos de cuatro, procesos eternos y empleados que, de tanto gritar “¡no hay sistema!”, deberían tener una categoría profesional aparte. Nadie sabe si lo dicen porque de verdad el sistema se cae con frecuencia o porque buscan espantar a los que aún creen que lo hay.
La apuesta por mejorar la vida de las personas no se quedó en las cocinas o las fábricas: también encendió sueños. Sueños de educación de calidad, de oficios ancestrales convertidos en fuentes dignas de ingreso, y de emprendimientos capaces de impulsar el desarrollo de toda una región.
Como van las cosas, verificar que la otra persona detrás de una pantalla o teléfono es de carne y hueso será prácticamente imposible. Y se necesitará una forma de diferenciarnos. Pero entregarle esa autoridad a un magnate de la tecnología no es precisamente lo que me da más confianza. Ya esa película me la vi y no terminó bien para los humanos.
El taxista, sin proponérselo, resumió mi frustración política de la semana. Y con su relato me recordó que el termómetro político no está en las emisoras, sino en la esquina del semáforo, en una tienda, en una mesa de dominó, en un parque, en una barbería, y hasta dentro de un taxi que va con noticias y salsa a todo timbal.
La tragedia no está río abajo. La tragedia empieza en casa. La única manera de reducir esta mortandad ambiental es tan simple como separar desde la fuente: bolsa blanca para lo reciclable, bolsa verde para lo orgánico y bolsa negra para lo no aprovechable.
Por eso vale la pena recordar a Sócrates. Su método no era un capricho filosófico: era un acto de responsabilidad. Hoy necesitamos que cada palabra que digamos —o escribamos en redes— pase por ese triple examen: verdad, bondad y utilidad.