Tener o no color
La idea de identidad es una quimera si se piensa en que no existen fórmulas exactas para afrontar la realidad. Realidad que construimos con los amigos, al tiempo que la construimos solos.
La idea de identidad es una quimera si se piensa en que no existen fórmulas exactas para afrontar la realidad. Realidad que construimos con los amigos, al tiempo que la construimos solos.
Si a los seres humanos, sea cual sea nuestra ascendencia, nos niegan el derecho a educarnos o nos cierran las puertas de entidades educativas solo por provenir de “afuera”, la educación como sistema e incluso como concepto será un descomunal fracaso.
Todo aquello que implique amor, cual rosa, tiene espinas. Y el de madre, el más colosal de toda historia, tiene las suficientes como para reafirmar su magnitud.
Ser periodista ha significado para mí ser más consciente de la realidad, de lo que ocurre y de lo que no, para entonces contarlo con la esperanza de que algo cambie.
En Colombia no existe paz. Ni parcial ni mucho menos “total”. Ni desminado militar, ni desminado humanitario. En el Catatumbo no ha sido posible nada que limpie u oxigene realmente a sus habitantes, hoy, desplazados o, peor aún, atrincherados en medio del fuego cruzado.
«¡Ella y su iglesia le deben una disculpa al público!», expresó Trump sobre lo dicho por la obispa rebelde. Ella no le debe nada a nadie. Lo que esa mujer le supo entregar, no solo a él, sino también al mundo entero fue un mensaje de igualdad, compasión y bondad.
En nombre de la institucionalidad binacional, en la cual se escuda el embajador, no se puede desconocer ni mucho menos premiar la ilegalidad. Como tampoco se puede ser ciego ante la vulneración de los derechos humanos, un lastre con el que han tenido que cargar millones de venezolanos desde hace mucho tiempo.
Para entender eso hay que restarle peso al ego, quitarle a la cabeza los harapos del prejuicio, y darse cuenta de que una obra artística nunca es justo lo que su autor quiere que sea, sino más bien lo que cada espectador deduce desde su irrebatible individualidad.
Aprendemos mucho más rápido a entregarnos por completo al recuerdo de quienes no están que a darnos sin medida a todo aquel que tengamos a escasos metros de distancia o a una llamada telefónica o a un simple mensaje de texto.
Ese “sí” debe ser una decisión de todos los días. Si no, ¿dónde está la gracia de compartir con alguien lo que somos, en materia y sustancia, de forma inmarcesible?