Estamos deslumbrados, asombrados y felices viendo el reforzamiento de la religión Católica. Llega a estructurarla aún más un nuevo Pontífice moderno en su concepción de vida pero afinado en los Evangelios como ya lo demostró en su primera homilía.
Pero el silencio, la pasividad, la indiferencia de la mayoría de los Gobernadores del país es perturbadora y no tiene otra respuesta que les agrade seguir perteneciendo a la fila de víctimas del cada día más absorbente e injusto centralismo gubernamental, que no mira para el resto de Colombia sino cuando solamente piensa en salir de vacaciones a las playas o las bellas montañas que dividen nuestra geografía nacional en la costa caribe.
Hoy día estamos avergonzados de nuestro Presidente y orgullosos del Presidente del Congreso. Y aun cuando la gente no lo crea por la mala publicidad que recibe el poder legislativo tiene mucha gente estupenda, sana, honesta, altruista. Por unos pocos que ensucian su investidura, que los hay en todas partes, sufre la imagen nacional.
Tenemos la esperanza de que se regrese a los avances del pasado e inclusive que estos pasos adelantados en años anteriores introduzcan nuevamente por lo menos la sensación de que tenemos autoridad, que es el mínimo derecho natural de todo ciudadano planteado orgánicamente en la Constitución Nacional.
Ya hemos comentado en esta columna que la Presidencia busca afanosamente sembrar rencores y odios en el país jugando, apostándole a la división entre sector privado ya que esta conveniencia de que este último es la génesis de todas las angustias nacionales.
En Colombia actualmente desde la Presidencia de la República hay una siembra sistemática, injustificada, persistente desde sus primeros días en sembrar odios, resentimientos, rencores, iras, venganzas, calumnias, todos extremos, bajo el amparo y la influencia ideológica de persistir en el dominio de una ideología progresista de izquierda, ya en desuso.
Una realidad absurda hasta el delirio que afecta parcialmente el tráfico automotor de la ciudad y desesperante, es la pésima costumbre muy antigua de que los buses, el transporte de pasajeros en varias empresas especializadas, de detenerse en cualquier momento o sitio de las calles y avenidas, donde aparece un peticionario para embarcarse o un pasajero que se encuentra dentro del bus y solicita descender.
Parece ser que el número de efectivos en la Policía del país es menor de lo calculado en el momento para lo que necesita Colombia. En este resultado habría que concluir que podrían necesitarse para toda Colombia 50 o cien mil efectivos más.
Otra cosa es que el régimen norteamericano del partido político que sea debe respetar la calidad de los detenidos y expulsados, o sea que por el solo hecho de encontrarlos ilegales las autoridades no se les puede dar un tratamiento en contra de los Derechos Humanos o calificarlos de delincuentes con solamente detenerlos.
Para el caso de Barranquilla estamos cansados, como igualmente en otros temas, de escuchar a los Ministros de Justicia que llegan a ese despacho prometiendo la construcción de las famosas “Super prisiones”. O sea, enormes, capaces, modernas y muy seguras localizaciones de confinamiento para evitar el congestionamiento que es la principal motivación para jamás salir del mundo criminal.