Tenemos que ser los humanos que viven en el reguero que sus miedos ocasionan, en las fragilidades de decisiones urgentes que no dan seguridad, en las relaciones complejas y ambiguas que sostenemos con otros. Ahí es donde acontece navidad.
No permitamos que la alegría de este tiempo se quede en las luces, los abrazos, el espectáculo y los símbolos. Dejemos que esa alegría ayude a sanar las heridas más profundas que tenemos y nos lleve a reconstruir relaciones respetuosas, sanas y funcionales, buscando siempre generar espacios de dignidad en los que todos nos podamos realizar.
Creo que esta recta final del año es un buen tiempo para ser vivido en clave de espiritualidad. Asumir que este mes es el último del año se vuelve una ocasión para Agradecer, Evaluar y Planear en función de nuestro plan de mejoramiento personal.
Tengamos claro que encender una luz esta noche es dar gracias por todo lo vivido, por todo lo que tenemos. Encender una vela es presentarle nuestras necesidades al Dios de la vida para que él actúe con poder en nuestra existencia, es abrir nuestro corazón y dejarnos iluminar por Jesús, que es la luz del mundo.
Transformar no es destruir lo anterior, es darle un nuevo sentido, es conectar conocimiento con acción y teoría con vida. Es enseñar a cuidar la casa común, a construir paz y justicia desde cada aula, cada pantalla, cada conversación.
Estos días he estado pensando en el sufrimiento que causa la discriminación, en las oportunidades que a diario le son negadas a las personas con discapacidad, y en la necesidad de vencer esa mirada estrecha y apática que nos impide notar el enorme fracaso que significa no estar preparados para responder a la diversidad.
Una de las cosas que me emocionan de volver al Caribe es tener partidas de dominó. Tropezándome con esos corazones abiertos que tanto me interesan, entiendo que la vida vale la pena.
Lo navegamos con las mismas expectativas que siempre tenemos ante lo nuevo, sin prejuicios, sin querer que eso se parezca a lo nuestro. No tendría sentido ir a otra cultura a ver lo mismo que uno tiene en la suya.
Hay que tener claro que la vida no siempre se comporta como lo prevenimos. Asumir nuestra condición implica lanzarnos hacia adelante, aceptar los riesgos y dejar que las nuevas inseguridades pongan a prueba la creatividad infinita que somos.
Una lágrima se escurre cuando recuerdo a mi papá lleno de vida, alto y fuerte, llevándome una pantaloneta blanca y una camiseta azul nuevas para jugar en el campeonato de fútbol intercursos. Ese día supe que me adoraba.