No me queda otra cosa que cerrar los ojos y ver esos partidos en la pantalla de mi memoria, donde siempre hay grandes jugadas y vibrantes emociones. Espero que de ahí nunca se vayan y me permitan encontrarme y conectarme con el pasado, con esas prácticas que marcaron de manera positiva mi vida, así sea con nostalgia.
Es un manual para vivir en esperanza. No desde un optimismo tóxico, sino desde la realidad de cada ser humano. Creo que el catastrofismo en el que nos ha sumido como sociedad la polarización política, la simplificación epistemológica, la exacerbación emocional y la exageración de la culpa, no tiene la última palabra.
Es un hombre conciliador. Creo que su salida al balcón de San Pedro así lo dejó claro. Los signos de la muceta roja, el pectoral, la estola dorada —que no habían sido usados por Francisco y que tanto revuelo causaban en quienes creen que esos detalles son fundamentales— recibieron un guiño amable del nuevo Papa. Con ese gesto, los invita a estar tranquilos, a sentirse escuchados, a confiar en que también tendrá en cuenta la tradición, sin renunciar a la renovación.
Quien es verdaderamente inteligente sabe que rebajar al otro, de cualquier manera, es perder humanidad. El violento es, en el fondo, un ser asustado. Tiene miedo a la diferencia, a lo nuevo, a lo que no puede controlar. Por eso la insulta, la golpea, la calla.
Sueño con un Papa que entienda y viva la sinodalidad, que se aleje de los liderazgos autoritarios de algunos obispos, párrocos o ministros que se creen dueños de la Iglesia. Pido un Papa que lidere desde la fe, desde la oración, desde la humildad, la sencillez y el amor. No uno perfecto, sino uno profundamente humano.
Esa forma de vivir es la que el Padre respalda al resucitar a Jesús. La resurrección no es sólo un milagro, es una declaración definitiva: esta es la vida que vale, esta es la vida que conduce al cielo. Por eso nadie puede pretender estar con Dios si no vive a la manera de Jesús. Sí, el Man está vivo. Y nos invita a vivir como Él.
Muchas veces tuve que cumplir reglas que no entendía ni compartía, quedarme en silencio porque mi papá, con solo una mirada firme, me lo exigía. Recibí sanciones por mis pilatunas e irresponsabilidades. Me amaban, pero también sabían decirme que no. Y me lo decían con claridad.
Porque la fe que no sirve para vivir feliz, no sirve para nada. No es adorno ni refugio pasivo, es respuesta viva al amor que nos impulsa a diario. Y en Jesús encontramos el modelo perfecto de una vida que agrada al Padre y transforma la historia. La fe verdadera no nos aleja del mundo, nos compromete con él.
Es caer en conformismo con el orden mental y existencial que nos da seguridad, pero que nos aparta de la intrépida dinámica de lo humano. Es dejar de vivir, porque vivir es responder a cada reto con nuevos aprendizajes. La vejez, en este sentido, es la decisión de vivir el futuro solo con lo aprendido en el ayer, y comprobar que eso no basta.
Es urgente cultivar lo esencial: el silencio, la gratitud, el sentido, la conexión con nosotros mismos y con lo sagrado. Solo así podremos sostener lo que la vida nos entrega sin quebrarnos del todo.