“¿Cómo sería hoy en día?”, se preguntan los campesinos de Piojó, aprisionados en un valle de añoranza solitario. Su municipio ha perdido coberturas significativas de bosque seco que han cambiado para siempre su diario vivir, pero el señor Tomás Marriaga aún sigue transportándose a esos amaneceres en los que transpiraba el olor de los árboles de canalete y sentía la paz colándose entre sus poros.
Dicen que de los árboles caían gotas. Hoy, el agua se niega a visitar con frecuencia al territorio más alto del Atlántico.
Ante la escasez —y siguiendo su sentido de supervivencia—, decidieron participar en un proyecto de la Fundación Ecosistemas Secos de Colombia, siendo integrantes de la Asociación Las Guacharacas, compuesta por 44 familias del municipio.
Su labor no es distante de lo que han hecho toda su vida: deben ser protectores acérrimos de un vivero conformado por más de 10.000 plántulas características de su territorio, muchas de ellas de bosque seco y en actual peligro de extinción.
Nancy Mendoza, así como los demás integrantes, cuida tres veces a la semana las plantas: las riega, las cuida, las asea. Una rutina impulsada por un amor a su entorno.
“Le tengo tanto amor a los árboles y a la naturaleza. La cuidamos para que no los cojan ni los maten. Eso es lo que también quiero dejarle a mis nietos: que les tengan amor y los cuiden, igual que nosotros lo hacemos aquí en el vivero”, expresó la mujer.
A Dios le piden agua, porque en Piojó son más los meses de verano que los de invierno. Y, como consecuencia, algunas de sus plantas se entristecen.
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“En los años 70, Piojó era un pueblo fresco. No había trozado mucha la madera, hasta que lo hicieron. Entonces el agua se fue y nosotros como campesinos nos fuimos perjudicando”, recordó el campesino Óscar Jiménez.
Estos campesinos tienen el conocimiento para hacer una represa, pero los recursos son tan escasos como el agua en este lugar.
El ciclo de la vida en el vivero
Allí se complementan la ciencia y la ancestralidad. Dos mundos que parecen distantes, pero que, al fusionarse, funcionan como los aliados perfectos.
Este vivero, bajo la supervisión de Jorge Bacui, ingeniero forestal, se divide en tres estaciones: zona de germinación, crecimiento y rustificación, siendo este último el lugar en el que las plántulas se aclimatan para resistir las condiciones adversas de su traslado al campo.
Actualmente crecen plantas como banco, volador, canalete, cedro blanco, ceiba blanca, ceiba roja, macondo, majagua, cedro cebolla, orejero, carito, totumo, palma lata, palma marga, palma de vino, camajorú y algarrobo.

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Cabe destacar que el vivero es un subproyecto de la fundación, que se desprende de la iniciativa principal llamada Omec (Otras Medidas Efectivas de Conservación). Con esta propuesta, la Fundación busca conservar el bosque seco a través del empoderamiento de las comunidades.
“La idea es darles alternativas de ingresos a la comunidad, otros medios de sustento para que no tengan que talar el bosque para sobrevivir. Si les damos alternativas, pueden vivir sin destruir el ecosistema. Definitivamente la conservación la hacen las personas.”, indicó Gina Rodríguez, directora de la fundación, a EL HERALDO.
Además del Vivero de Las Guacharacas, tienen otros proyectos productivos sostenibles como el aviturismo y turismo de naturaleza. Y adicionalmente, los capacitan en temas contables, administrativos y jurídicos; todo lo necesario para que puedan continuar con la gestión de las propuestas después de que termine la fase de la fundación.
Un municipio de ‘secos’
Actualmente, el Caribe colombiano es la región que tiene la mayor cobertura en porcentaje de bosque seco en Colombia. De acuerdo con la también bióloga Gina Rodríguez, solo queda el 8% de la cobertura original de este ecosistema en el país. Piojó es, incluso, uno de los grandes remanentes de bosque seco con la serranía de Águila, que incluye El Palomar y el Cerro de La Vieja.
La directora de la fundación especificó que la cobertura es discontinua, puesto que han observado distintos “parches” que están bien conservados, pero aislados.

“Necesitamos conectarlos para que haya un flujo de especies, como los micos que se mueven entre Piojó y El Palomar. Además, el tití cabeciblanco— una especie emblemática del Caribe colombiano y en peligro crítico de extinción—, necesita estos corredores ecológicos para poder desplazarse”, dijo.
Desafíos forestales
El docente botánico de la Uniatlántico, Hermes Cuadros, explicó que el bosque seco es una formación vegetal compuesta principalmente por árboles y bejucos leñosos; sin embargo, la presión antrópica y la presencia de ganado ha conllevado a la destrucción de árboles.
A propósito, el biólogo de la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA), Joe García, indicó que dentro de los principales problemas que enfrentan los bosques están el aprovechamiento de madera sin los respectivos permisos y expansión de áreas de pastos para la ganadería y siembra de cultivos.
Un Atlántico ecosistémico
En el departamento, los municipios de Puerto Colombia, Tubará, Piojó y Luruaco presentan la mayor cobertura de estos ecosistemas, gracias a su ubicación en las franjas costeras del Atlántico y la presencia de montañas con pendientes pronunciadas, condiciones que favorecen el desarrollo del bosque seco.
“En los municipios donde está el río Magdalena, por lo general, son predios o terrenos que son más susceptibles a todo lo que tiene que ver con la expansión ganadera. Por lo que se pierde mayormente la cobertura vegetal”, explicó el experto de la CRA.
Las áreas de bosque seco protegidas en el departamento son Usiacurí, Piojó, Luruaco y Repelón, las cuales equivalen a 6.382 hectáreas, es decir, el 19 % de la superficie total.
Por otra parte, estudios de la CRA señalan que los bosques ocupan 18.000 hectáreas aproximadamente de la superficie total del departamento.
Y en cuanto a las coberturas naturales totales en el Atlántico, estas suman el 24% de la superficie del departamento. Siendo los municipios con mayores coberturas naturales Piojó (10.875 Ha), Repelón (10.745 Ha) y Tubará (9.395 Ha). Los municipios con menor extensión de este tipo de coberturas son: Sabanagrande, Santo Tomás y Campo de la Cruz.
Camino a la conservación
“Primero fue la naturaleza y después el hombre”, dijo con certeza el campesino Tomás. El bosque seco es, —tanto para ellos, las diferentes especies, y para todos—, una fuente de vida indispensable. Por ende, los expertos señalan que la meta es la conservación.
Hermes Cuadro argumentó que la mejor manera de conservar el bosque seco es conocerlo. Por ejemplo, en este ecosistema habitan 47 especies endémicas del país. Las demás provienen de África, del norte y sur de Sudamérica, de Norteamérica, algunas del Caribe y otras de México.
En ese sentido, México es el país que más aporte hace a la composición del bosque seco, ya que más de 150 especies presentes en los bosques secos del norte de Colombia provienen de este país.
También reiteró que si se utiliza como un recurso, se puede conservar sin destruir. De este modo, “si involucramos a las comunidades locales en el uso y buen manejo del bosque seco como recurso, estaremos asegurando su permanencia”.
En esta misma línea, Gina Rodríguez finalizó enfatizando que la restauración comunitaria es el futuro, por lo que su fundación le apunta al trabajo con las comunidades. Puesto que son ellos, al final del día, los garantes directos del cuidado de su entorno.
¿A qué se debe la falta de agua?
Según Gina Rodríguez, la zona algodonera de Piojó sufrió deforestación masiva, incluyendo la tala de macondos—los cuales medían hasta 40 y 50 metros y hoy son escasos—, para el monocultivo de algodón, lo que destruyó bosques y agravó la escasez de agua.
La falta de lluvias, el cambio climático y la pérdida de vegetación han secado arroyos y dificultado el mantenimiento de plantas.