La ciénaga lo llamaba cerca de las dos de la mañana. Afuera, la marea estaba alta y la luz de la luna descansaba sobre el horizonte. Sin una pizca de sueño, Félix se preparó para pescar a escondidas del sol. Su hijo, Diego Altahona, dormía plácidamente hasta que lo zarandeó.
—Levántate, levántate. Ya van a ser las dos, mijo— le avisó al entonces joven.
Aún desorientado, Diego miró su reloj para confirmar la hora, y llegó a la conclusión de que su padre dominaba el tiempo.
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Con atarraya en mano, ambos se dirigieron a la zona de la ciénaga de Mallorquín más sobresaliente, en donde se desprende un punto circular de mangle rojo que está separado de la tierra firme por agua salobre.
Lograron llegar a la pequeña choza que una vez Félix construyó, y que cumplía la función de protegerlo de las estremecedoras brisas nocturnas y el sofocante sol. Una hora después, más de treinta lebranches quedaron incrustados en sus mallas.
Tras las miles de pescas que realizó Félix en su restante vida, los ojitos de la red de pesca de este pescador no solo dominó la fauna marítima de esta zona, sino que también, y por completo, su atarraya se apoderó para siempre de la punta.
“Dicen nuestros ancestros que ahí pescaba un señor nativo de La Playa, alto y blanco. Nos comentaban que él siempre sacaba carbón de ahí, y que se la pasaba pescando. Tanto, que en las conversaciones entre los pescadores decían: “¿a dónde vas?” Y respondían: “A la punta”. “¿Pero a cuál?” y especificaban: en donde pesca Félix”, recordó el pescador Alejandro Rodríguez.
El playense aseguró que, para los pescadores, Félix fue el guardián de su preciado ecosistema. Por ende, cada que transitan por el lugar —ya sea para la pesca o en los recorridos turísticos que abanderan— el orgullo los invade, porque este personaje representa el vínculo estrecho que tienen con su ciénaga.
Los misterios de Félix
Si la ciénaga desapareciera, los pescadores –y sus vidas, historias y culturas– se irían con ella. El vínculo es tan firme como los nudos que sostienen su atarraya, tan feroz como el motor de sus embarcaciones y tan indelebles como los enigmas que rodean la historia de Félix.
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“Félix nació, creció y dedicó toda su vida al cuidado de esa punta. ¿Pero qué cuidaba exactamente?”, se preguntó Alfredo Torres, pescador e investigador local de La Playa.
Torres ha dedicado parte de su vida al estudio de sus ancestros, y, hasta el momento, no ha podido resolver dicho misterio. Sin embargo, en sus investigaciones encontró referencias que vinculan la ciénaga con la corona española.
“En esta zona tuvimos una fuerte influencia española. Se sabe que estos colonos comerciaban en esta área marítima con mercancías y oro encontrado en la región”, detalló.
En ese orden de ideas, para Alfredo existe la posibilidad de que Félix protegiera oro español en la punta.
Luego de la muerte de Altahona surgió la leyenda del ‘Pescador del otro mundo’. Muchos pescadores contaban que, de noche, se veía una mecha de fuego en la punta. Decían que primero aparecía como una llama pequeña, luego se convertía en una bola de fuego y, finalmente, tomaba la forma de una persona que, sin que los pescadores lo notaran, subía a una canoa.
“Quienes lo veían solían experimentar una abundancia de peces en sus redes. Y aunque la aparición asustaba a los desprevenidos, los pescadores locales ya conocían la leyenda y no se asustaban”, relató Torres.
Por otro lado, fuera de estos relatos, la Punta Félix resguarda un emblema ecológico para los pescadores, puesto que ahí, imponente, reside su plántula insignia: el mangle rojo, el ‘mangle que camina’. Además, llegan aves migratorias, y se caracteriza por ser el hábitat de peces reconocidos como chivos, robalos, lisas, mojarras y camarones.
Particularidades científicas
De acuerdo con Hernando Sánchez, biólogo de la Unisimón, esta especie de cabo es una formación dentro de la Ciénaga de Mallorquín que posee connotaciones ecológicas destacables, puesto que su ubicación y características lo convierten en un área de gran importancia al albergar diversas especies de fauna en sus manglares.
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“Este cabo cumple un papel fundamental como zona de reproducción para muchas especies acuáticas. Funciona como una especie de ‘sala cuna’, donde algunos animales del mar entran a la ciénaga para desarrollarse”, explicó el experto.
A su turno, Alex Taborda, biólogo marino e investigador de la ciénaga, aseguró que Punta Félix representa un punto estratégico, ya que conserva en algunas de sus áreas relictos de bosque de mangle que, en contraste, han sido deteriorados o perdidos por acciones antrópicas.
“Desde el punto de vista geográfico, Punta Félix es una geoforma costera que cumple una función clave en la reducción de la fuerza del oleaje y los vientos que podrían afectar construcciones y asentamientos humanos cercanos”, expuso.
Y agregó: “su ecosistema alberga especies de mangle de gran valor ecológico, entre ellas el mangle rojo y el mangle negro, las cuales son las más abundantes. Además, en este ecosistema coexisten otras especies vegetales y una fauna diversa que contribuye a su equilibrio”.
A su turno, Juan Camilo Restrepo, director del Instituto de Desarrollo Sostenible de Uninorte, agregó que en un estudio, realizado con la Universidad inglesa de Exeter, el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar) y la Universidad Nacional de Colombia, identificaron que en esta zona específica de la ciénaga de Mallorquín se presenta un mayor contenido de carbono en el suelo en comparación con otros sectores.
“Este fenómeno se debe a condiciones particulares de acumulación de sedimentos y enriquecimiento orgánico. aún no se han determinado con precisión las causas subyacentes de esta estructura del paisaje”, destacó.
Más allá de teorías
Emprender un viaje por la ciénaga de Mallorquín es lanzarse a los valles de la contemplación. Existe una tranquilidad en los pelícanos que se posicionan sobre la superficie para ejercer su papel de depredadores; en la refrescante brisa que atrapan los mangles rojos y en el horizonte quieto de sus lagunas.
Una paz tan contagiosa que, desde los primeros años de vida de Félix Altahona, embriagó para siempre al pescador.
“Mi papá era un hombre tranquilo. (...) Le gustaba esa punta por la tranquilidad que se vive ahí, y protegía tanto la ciénaga por el amor que le tenía”, recordó su hijo Diego.
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“Eso sí, cuando debía ser temperamental, no dudaba en serlo. Y hasta me pegaba de dos a tres veces cuando hacía cosas malas”, agregó, entre risas, el playense, quien actualmente tiene problemas de audición.
Félix convirtió su hogar en un pequeño centro educativo, en el que solía enseñar a sus amigos y residentes del corregimiento a firmar su nombre: “Sus amigos me dicen: ‘Diego, tu papá sí era buena gente. Lo que yo sé se lo debe a él, oíste’. Era un hombre inteligente”.
Casi un siglo vivió
Tres eran sus vicios: el tinto, el trago y leer el periódico. Félix era un lector acérrimo y, a sus 94 años, decidió preservar su hábito más sano. Por ende, en una de las mañanas en las que solía visitar a su hijo Diego, espetó:
—Hágame el favor, yo no voy a tomar más tinto ni más trago.
—¿Y por qué?
—Ya está bueno ya.
Con esa decisión llegó su muerte, contó su hijo, porque a los cuatro meses se enfermó. Diego lo llevó al doctor, y el especialista le dijo: “Tu papá dejó el traguito y el tinto. Y eso le hace falta al cuerpo”. Y a los dos meses dejó de latir su corazón, en horas cercanas a la madrugada.
Son muchas las hipótesis que lo rodean, pero su hijo posee una verdad: Félix Altahona podía dominar el tiempo, porque incluso después de fallecer, quedó perpetuado en los confines del recuerdo y en la tradición oral de una comunidad entera.
Los mangles de Mallorquín
De acuerdo con los estudios realizados por la CRA, el Grupo Argos y Conservación Internacional (Cl), en alianza con las comunidades presentes en el territorio, la cobertura de manglar en la ciénaga de Mallorquín y alrededores es de 167, 8 hectáreas para el año 2023.
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En donde A. germinans (Mangle negro) es la especie mejor representada, seguida de L. racemosa (Mangle blanco) y Rhizophora (Mangle rojo), con una presencia menor de C. erectus. (Mangle botón).
Y, según un estudio de la Universidad Simón Bolívar, de las 7.000 hectáreas de bosque de mangle que había en el departamento, solo han sobrevivido 700 hectáreas.