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En Barranquilla no nieva, pero de su cielo caen flores de roble. Ellas, que suelen danzar con las brisas y ruborizar el caluroso y áspero pavimento de la ciudad, aterrizan con elegancia y proclaman su propio espectáculo florístico.

Llevan días en la cúspide de su belleza, pues el sol barranquillero y los característicos vientos juegan a su favor: adquieren colores más intensos y, al desprenderse, dan vueltas y vueltas hasta llegar sutilmente al suelo.

Este ‘desfile’ se da una vez al año en la ciudad. Pero desde que inicia, a Gloria Olaya de Navarro le toca barrer su terraza en El Prado a cada momento.

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Junto con su esposo, Rafael Navarro, llevan 53 años en esta rutina: lo riegan, lo podan, lo cuidan. Este árbol de roble morado hace parte de su familia desde 1972. Es, incluso, un indicador –casi exacto– de sus años de casados.

“Antes solíamos ubicar sillas a su alrededor para sentarnos a conversar. Ahora no se puede por todo el tema de la seguridad”, dijo la mujer.

Además de ser un perfecto sitio para tertulias, bajo el árbol de roble, la familia Navarro Olaya se refrescó en los días sofocantes, se protegió del inclemente sol y construyó su historia.

Orlando Amador

De esta forma, este ejemplar está sujeto a decenas de instantes significativos: así como vio crecer a los hijos de esta pareja, fue el mismo que los vio partir para hacer vida en otros horizontes.

“Mis hijos se encaramaban en el árbol. Los varones se subían a los palos cuando no estaban todavía tan grandes. Y así como se subían, se bajaban con facilidad. Y uno le decía: ¡Oye, cuidado te vas a caer!”, memoró el señor de casi 80 años.

Tres calles más abajo, en la 63, transitaban los barranquilleros Julio Cesar Hernández y Morris Moreno, quienes observaban con nostalgia los árboles de roble que adornan el vecindario.

“Por años han significado el pulmón de la ciudad. Nos da frescura y sombra, que es lo que a veces más buscamos los barranquilleros”, expresó Julio, quien sigue reflejando asombro por la belleza de esta planta.

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Y para Moreno, el roble morado –y su espectáculo– es tan hermoso como las señoritas.

“Son una belleza, porque te dan oxígeno. Son un pulmón, te dan sombra y te dan una belleza natural, que son las flores. Eso parece que fuera una señorita, uno mira y es un ambiente agradable para la ciudad”, asemejó.

Y, por su lado, Hernández plasma su infancia en el palo de roble morado.

“Me recuerdan a mi niñez. Recuerdo cuando me montaba en los palos y cuando comenzaban a caer en plena primavera”.

Particularidades del roble

De acuerdo con María Cristina Martínez, decana de Ciencias Básicas de la Universidad del Norte y especialista en plantas, los árboles de roble forman parte de la flora de Barranquilla y su nombre científico es Tabebuia rosea.

Orlando Amador

La experta explicó que una de sus principales características es la adaptación a las condiciones climáticas de la región.

“Antes de que Barranquilla existiera, la zona estaba compuesta por humedales y bosques secotropicales, ecosistemas en los que los robles crecían de manera natural”, dijo.

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La especialista detalló que el roble ha desarrollado mecanismos de resistencia a altas temperaturas, la baja humedad y la escasez de precipitaciones. También funcionan como indicadores del inicio de la temporada seca, pues tanto el roble amarillo como el roble morado florecen de manera abundante justo antes de que la sequía se intensifique.

“Durante este proceso, producen una gran cantidad de semillas que son dispersadas por el viento. Estas semillas, con forma de pequeñas hélices, son transportadas por la brisa. Una vez liberan sus semillas, los árboles pierden sus hojas y permanecen en reposo hasta que regresan las lluvias. Con la llegada del agua, se reactivan y reverdecen nuevamente”, expuso.

CortesíaCristina Martínez, decana Ciencias Básicas en Uninorte.

Y finalizó: “este comportamiento se debe a un proceso estudiado en biología: si las semillas logran establecerse en el suelo antes de que empiecen las lluvias, tendrán una mayor oportunidad de germinar cuando las condiciones sean favorables”.

El cuidado y el papel crucial de esta especie en la ciudad

María Cristina Martínez indicó que los robles no solo embellecen la ciudad con sus llamativas floraciones, sino que también desempeñan un papel ecológico fundamental, debido a que son una fuente de alimento para polinizadores como las abejas, que visitan sus flores y se alimentan de su néctar.

Asimismo, agregó que, cuando las flores caen al suelo, se convierten en un recurso alimenticio para especies como las iguanas.

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En cuanto a su conservación, señaló la existencia de varias acciones que pueden tomarse para proteger estos árboles.

“Es fundamental fomentar su siembra y preservación. Una amenaza común es la planta parásita conocida como pajarita, que debe ser controlada mediante la poda de las ramas infestadas. También es importante reconocer el valor de los robles como especies nativas y priorizarlos en planes de reforestación y urbanización. Dado que están adaptados al ecosistema local, requieren menos agua y mantenimiento en comparación con especies introducidas”, sostuvo.