El despertador de su mente suena, Marco Antonio Jiménez se levanta de la cama todos los días a las 4:30 de la mañana en medio de la oscuridad de la habitación con su esposa todavía soñando. A sus 48 años, como dice un amigo, 'el sueño se le acorta', y el primer pajazo mental que se le viene son sus 30 estudiantes de 11º3 de la Institución Educativa Nuestra Señora del Tránsito del municipio de Usiacurí, quienes están más cerca de graduarse en medio de la crisis del Coronavirus que los obliga a hacer todos sus oficios desde casa.
Luego de ir a la cocina, preparar un poco de café en una taza con su nombre, se dirige a la amplia sala de su casa en Baranoa. Agarra el periódico del suelo y la primera página era un titular muy distinto que al comienzo de la cuarentena cuando estuvo cabezón al enterarse que las clases serían netamente virtuales.
Da el primer sorbo al líquido caliente que hay en su mano y su paladar disfruta el sabor amargo del café por primera vez después de meses. En su cuerpo y mente ya no existía ese afán, el corre-corre, de tener las guías listas y, sobretodo, hacérselas llegar a todos sus pupilos en vista que ni los mensajes de WhatsApp o Messenger alcanzaban a esas trochas, veredas y corregimientos donde viven.
Suena el ping de su celular. Es un mensaje del coordinador pidiendo asistencia de todos los docentes de la institución educativa del municipio. Por ser un animal de costumbres, como dice él mismo, dio un sorbo a su café, dobló el diario de noticias y tomó rumbo al cuarto, despertando en cada puerta a sus hijas e hijo para que estuviesen atento a sus clases de la universidad por Zoom.
Su ‘amor’, como llamaba a su esposa, la esperaba en la esquina de la cama en pijama, mientras él terminaba de cambiarse. No perdía la costumbre de cuando iba a su colegio en Usiacurí, una camisa polo de cualquier color con jeans azules.
Ya tenía el wifi encendido, su celular con plan de datos por si acaso tenía que salir o darle cupo a sus hijos en una red inalámbrica y la disposición para escribir a los padres de familia para arrancar con las actividades del día.
Por suerte para Marco, sus jóvenes contaban con las guías de trabajo que él mismo había llevado hace tiempo porque a los papás les era muy complicado subir las lomas que conducían a las instituciones educativas; otros no se atrevían a tomar una moto o un motocarro para no contagiarse del virus; y unos ni siquiera llegaban por el riguroso trayecto que debían hacer.
En una reunión con sus colegas, el coordinador y el rector del colegio por zoom, Jiménez comentó que era necesario colocarse en los zapatos de los ellos 'porque no sabemos el esfuerzo que hacen para cumplirnos en el pico más alto de la pandemia'.
Hacía travesías en una moto usiacureña, acatando las medidas de bioseguridad al usar el tapaboca, guantes, gafas y portar un frasco de alcohol en los bolsillos. Todo para llegar hasta las residencias de los estudiantes, en especial cuando tuvo que llegar hasta la de un chico de sexto grado que no había ido a buscar las guías porque vivía en lo más profundo de una vereda.
'El día anterior había llovido, cogí una moto y resulta que esa moto cuando llegó a esa trocha se encontró con un barrial y estaban componiendo la cerca de una hacienda.
Me tocó hablar con el dueño de esa hacienda para que me dejase entrar, me tocó caminar cerca de 500 metros, después de eso me tocó atravesar un arroyo hasta llegar a la casa del niño'.
Ese momento le recordó cuando en sus épocas de estudiante, sin moto, ni la facilidad de agarrar un carro, se la sudaba tras caminar desde su casa más de 2 kilómetros hasta el Colegio Mixto de Baranoa (hoy en día IED Santo Domingo Savio), lugar donde estudiaba.
Pero no solo llevaba unas cuantas hojas de papel. De su propio sueldo, compró botellones de aceite, arroz, implementos de aseo para el hogar, entre otros, para que estas familias contaran con algo de comer en vista de que algunos padres, campesinos y agricultores, habían perdido ingresos económicos por las vacas flacas en medio de la pandemia.
'El niño me dijo que no me fuera. Cuando regresó me trajo un reloj y su abuelo un velón, mejor dicho. Existe esa reciprocidad entre el estudiante y el docente como símbolo de agradecimiento. Me dio mucha alegría', contaba a sus compañeros de trabajo.
Jiménez hace una pausa. Su jornada de trabajo ha sido compleja. Ha tenido que recibir llamadas de los padres, atenderlos, explicarles y a su vez hacer las vueltas médicas de sus padres es muy agotador. Aunque sabe que nada de esto se compara a cuando pasó el susto de su vida por una tos.
Su padre, un hombre arrugado con más piel que canas, no salía de la casa por medidas de prevención de la familia de Marco para que no se infectara. Eran medidas muy exactas y exigentes, incluso para Marco. Una mañana su padre tosía con mucosidad verde, su temperatura estaba más arriba que de costumbre, su cuerpo estaba tembloroso y le costaba respirar estando sin el cubre bocas puesto. Verlo así, Jiménez no tuvo más opción que tomar su auto para dirigirse rápidamente a la Clínica Reina Catalina en las afueras de Baranoa.
Marco sudó la gota gorda por esos días y temblaba de los nervios a tener a su padre UCI sin tener respuesta alguna de lo que tenía su padre. Verlo en una camilla repleta de personas alrededor con tapabocas, guantes, máscaras, como en las películas de zombie, era algo difícil de asimilar. Por suerte, los médicos le diagnosticaron neumonía y permaneció 10 días en el centro clínico.
'¿Usted se imagina con tremenda crisis de pandemia con una enfermedad respiratoria? Eso significaba que era portador del virus y no, afortunadamente todas las cosas salieron bien. Para mí era terrible, porque yo era el responsable de mi papá para recibir el reporte médico. Son momentos que me acuerdo y me duelen todavía', expresó Jiménez.
Revisa el último mensaje. Era una madre de familia, como de costumbre, escribiendo sobre el medio día cuando está por terminar su jornada y con todo gusto la atiende, no tiene rollo, sabe la gran transformación que ha tenido el mundo con la llegada del virus. Para él lo más importante ahora mismo es ver a sus estudiantes graduarse, no importa si es mediante una pantalla pequeña o grande. Que ellos crean en sí mismos para cumplir sus sueños.