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Hoy será el último siete de agosto en el que Tiberio Mejía exhiba y venda las banderas de Colombia, a las que les ha dedicado más de la mitad de su vida. Tiene 80 años y lleva 45 en el negocio que ahora, en vez de ganancias millonarias, le deja sentimientos de tristeza y nostalgia. La venta popular de este símbolo patrio se ha acabado para él y eso lo ratifica con una única bandera vendida a propósito del Día Nacional de la Batalla de Boyacá, que antes impulsaba hasta 50 el número de ventas.

'Ahora todo el mundo hace banderas y cree que sabe hacerlas. Las hacen en una cocina y pegan tres colores y ya está. El mercado chino ha hecho una competencia muy dura con precios muy baratos y las personas no buscan calidad sino economía, así que esto ha caído', explica Mejía desde su taller ubicado en el norte centro histórico de Barranquilla.

Allí, en sus mejores épocas, era jefe de unos 40 o 50 trabajadores –ahora son tres–, firmaba jugosos contratos con empresas reconocidas –aún lo hace– y sentía a la bandera como la 'alegría' del país, de los estadios y de los hogares durante celebraciones especiales como la de este día.

‘Querubines’, cuyo nombre hace referencia a seres angélicos, es el nombre del almacén y taller de banderas más antiguo de la ciudad. Tanto así, que cuando la Selección Colombia consiguió clasificar al Mundial de Italia 1990, tras su victoria ante Israel, Tiberio celebró doblemente porque allí descubrió la genialidad de confeccionar y comercializar banderas en un momento donde apenas comenzaba el auge de estas en los estadios de fútbol del país.

Así entonces, en un día como hoy, pero hace años, era común encontrar que este símbolo compuesto por franjas horizontales con amarillo, azul y rojo, estuviese a la venta en las esquinas de los parques, en las tiendas, atiborradas en cada rincón del centro de la ciudad, sacudiéndose por los vientos desde las ventanas de las casas, casi en hileras, como si los vecinos lo acordaran entre ellos. Ahora bien se podría hacer el ejercicio y encontrar, quizá, que cada vez se cuentan menos. Habrá un vendedor solitario en los alrededores del Parque Suri Salcedo y posiblemente ninguno en la Plaza de la Paz. Al menos ese fue el resultado cuando el equipo de EL HERALDO recorrió algunas calles en busca de ellos.

'Se ha venido este negocio abajo', reconoce Leidys Cervantes, la única de los siete hijos de Tiberio que continúa el legado familiar. Lo hace de forma independiente, desde un punto de venta y con una empresa diferente, enfocada en otros públicos y productos porque 'la bandera ya no resulta un gran negocio'.

Es que al parecer, la mayoría de personas en busca de banderas las prefiere de papel o provenientes de China, que son las más económicas. Lo anterior aplica para el caso de las de menor tamaño, puesto que los precios están sujetos a una gran variedad medidas y, por supuesto, depende de los materiales con los que sea confeccionada la bandera.