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'Lo que hace un árbol en un día, no lo hago yo ni en mil años', dice convencido Santiago Romero, campesino de la Vereda Nuevo México, ubicada entre Luruaco y San Juan de Nepomuceno (Atlántico). 

Romero, con un sombrero de ala ancha para protegerse del sol, trabaja blandeando su machete en la maleza de esta zona del departamento en la que predomina el bosque seco tropical, hogar de una especie única en el mundo: el tití cabeciblanco. 

Sostenibilidad, un término quizá en algún momento desconocido para este hombre de tez trigueña, que ha vivido 54 años labrando la tierra, ahora hace parte de su hablar cotidiano. Todo gracias a un proceso de educación ambiental con el que la Fundación Proyecto Tití busca conservar el bosque tropical seco en el que vive el mono endémico del Caribe colombiano, en peligro crítico de extinción por la destrucción de su hábitat. 

Cara negra, pelaje pardo y blanquecino, enormes y brillantes ojos cafés, una cabellera al estilo de Albert Einstein y una larga cola no prensil, así es el Saguinus oedipus (por su nombre científico) o tití cabeza de algodón, como también se le conoce al primate ahora custodiado por Romero y otros campesinos que hallaron la clave de su conservación protegiendo los árboles en los que esta especie come y vive. 

Rosamira Guillén, directora ejecutiva de la Fundación, explica que los titís no tienen ningún problema en reproducirse, sus esfuerzos se dirigen a la extensión de áreas protegidas y restauración de bosques para que este animal de 500 gramos y unos 350 milímetros pueda seguir viviendo en su territorio. 

'Después de un arduo trabajo hemos logrado catapultar al tití como un animal del Caribe. Buscamos ampliar la reserva. Empezamos con 70 hectáreas, ahora tenemos 75 y próximamente compraremos 16 más. Lo más importante es que hemos logrado que los campesinos sean aliados a través de un acuerdo de conservación. Les proveemos semillas y 

herramientas para trabajar la tierra, mientras ellos cuidan los árboles en los que vive el tití. Así hemos logrado aislar más de 130 hectáreas de bosque seco tropical'. 

Baqui

La alegría de una pintoresca figura de peluche se ha tomado los escenarios de los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018 que tienen sede en Barranquilla. ‘Baqui’, el símbolo de las justas, le ha dado sentido a todo un discurso ambiental de cara a un evento en el que están puestos los ojos del mundo.

Dueño de un swing natural de los habitantes de este departamento en el que se encuentran el Mar Caribe y el Río Magdalena, ‘Baqui’ se contonea al sonar una cumbia, salsa, merengue, champeta, mapalé o lo que le pongan. Es el centro de atracción donde llega y todos quieren tomarse una foto con el ‘mono bacán’, pero más allá de su enorme traje de felpa, Baqui lleva a propios y a visitantes un mensaje de conservación en una región de una vasta riqueza natural y cultural.

'Baqui es un símbolo, no una mascota', recalca Guillén. 'Les pedimos a los organizadores y asistentes a los juegos que eviten llamarlo mascota y en su lugar usen el término anfitrión, debido a que este comercio de especies es una de las más grandes amenazas a la biodiversidad'. 

No son mascotas

Precisamente la principal lucha que la Fundación Proyecto Tití ha librado durante más de 30 años es contra el tráfico de fauna silvestre. 'Los titís cabeciblancos no son mascotas, son animales que deben estar libres en su hábitat'. Con la campaña ‘Tití en mi corazón’ la fundación busca contrarrestar la tenencia en casa de estos animales. 

Madres cabeza de hogar que residen en las zonas de San Juan Nepomuceno elaboran peluches y demás souvenirs con aspecto similar al tití, comercializando sus productos para financiar proyectos en pro de la especie. 

'El objetivo de esta campaña es que las personas reemplacen a un tití como mascota por un peluche y así pueden llevarlo en el corazón. Con la compra de un peluche hecho por estas mujeres campesinas podrá apoyarse con la donación no solo su trabajo, sino a una especie en peligro crítico de extinción, propia de nuestra región', agregó.